Hace unos días, mientras pasaba mis vacaciones en Ambo, Huánuco, culminé la lectura de Las travesuras de la niña mala, de Vargas Llosa. Es uno de mis escritores favoritos. Me sorprendió la temática de su novela, pues Vargas Llosa no se mueve exactamente como pez en el agua en lo que concierne al amor y al sexo. Sin embargo, nuestro primer escritor -como siempre- deja como siempre una historia para recordar. Así, Ricardito y su tortura -esa niña mala que pasa de chilenita en Miraflores, a guerrillera en Cuba, a esposa de un funcionario de la embajada de Francia, a esclava de un jefe de la yacuza y a amante de un viejo rico- nos muestran hasta qué punto el amor puede ser impredecible y destructivo. ¿Por dónde te lleva el amor, el deseo, la ilusión? Durante más de cuarenta años, toda una vida, Ricardito ama y desea a una mujer que solo hacia el final de su vida entiende que su mejor y único refugio es él, su eterno enamorado, el don nadie por el que jamás dio nada, pues nada tenía para darle.
Ricardito amaba las miserias que ella le daba. En la cama ella nunca fue apasionada ni cariñosa. Disfrutaba (así lo parecía) del sexo oral. Ricardito se la pasaba allí hasta que ella estallara de placer. Verla feliz, en el breve orgasmo, era el único premio que recibía por tanta espera, tanto desamor, tanta burla.
¿Quién no ha tenido una niña mala en su vida? Los que saben de lo que hablo podrían decir que solo por una niña mala se siente verdadero amor. Yo pienso que las niñas malas como las buenas inspiran, pero nada mejor que una niña mala para hacernos el corazón pedazos.
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