Cuento las horas que faltan para tomar el avión. Con todo el miedo que me produce volar quiero ya pisar el aeropuerto y aterrizar en Bogotá y de allí a San Andrés, donde me espera un hotel cinco estrellas, una playa para soñar y, seguro, muchas cervezas Águila o las que quieran. El estrés me está matando. Pero no es que padezca una sobrecarga de trabajo. Quizás sea una suma de todo y una suma de nada. Hago demasiado o hago nada, lo cierto es que necesito desaparecer y olvidarme de las caras de siempre, de las traiciones, de las combis de Lima, de los taxistas imbéciles, de las cajeras de Tottus, Metro, Ripley, Saga, y boticas todas. No quiero saber nada de calles cerradas, de la Vía Expresa, del carro que compraré, pero no compro... No quiero despertarme a las 6:00 a.m. con el ringtone de mi celu que dice: Despierta Carajo. No quiero pasar café como una viejita en mi cafetera vieja. No quiero sudar en esta Lima claustrofóbica. No quiero que me duela el cuello, no quiero contestar teléfonos, no quiero ver cien mails en el correo del diario ni otros cien en mi Gmail. No quiero entrar a mi HI5, no quiero pensar en mis clases de blog y en lo que debo hacer con este blog. No quiero sacar cuentas, no quiero sacar fotocopias donde Fredy, no quiero apurarme en la lectura de mis mil libros pendientes, no quiero ver guachimanes de marrón...
Lima me asfixia hoy más que nunca y no sé por qué. Necesito fugar antes de enloquecer. Por estos días quiero olvidarme de todo y alucinar que mis vacaciones serán eternas. A mi retorno -porque lo habrá- sueño con una ciudad menos esquizofrénica, con cajeras más hábiles, con taxistas educados y limpios, con calles amplias y con tachos de basura, con amigos menos ingratos...
Estoy harta de pelear con mi novia y de escuchar sus frases recriminatorias. Estoy harta de medir mi ira para no arruinarla toda. Sé que lejos de Lima me habré domesticado y podré abrazarla sin pensar en ahorcarla.
Sea como sea hoy es San Valentín y ella está durmiendo a unos pasos de donde yo posteo. No la puedo despertar. Simplemente debo esperar que el odioso Despierta Carajo la saque de mi cama a las 6:00 a.m., hora de disfrazarme de opinante, profe y periodista. Demasiado estrés.
A mi me despiertan con un besito en el pie, lejos del corazon para no asustarme al despertar...
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