El deseo es más fuerte que todo. Te traiciona, te arrincona, te estremece, te hace creer que la vida puede ser un perpetuo-infinito orgasmo. El deseo se parece al amor, deseas lo que amas, deseas lo que quieres a morir. Después de todo, para qué pensar tanto si por pensar tanto estamos ahora en este abismo.
El sexo te lleva por mil caminos. El amor siempre te lleva al mismo lugar. El sexo siempre te lleva al mismo cuerpo. El amor te convence que sin ese cuerpo ya no puedes vivir.
Desvelos de una noche de insomnio. Con el cuerpo todavía ardiendo, con la conciencia golpeada, con los ojos en el calendario, cuántos días faltan para volver a sentir.
28 de diciembre de 2006
27 de diciembre de 2006
de qué hablamos cuando hablamos de sexo
La pregunta me la hizo una amiga delante de varias cervezas. Las mujeres, algunas mujeres, hablan de sexo sin problemas solo cuando han tomado algún traguito. Se sueltan más, cuentan sus penurias, y admiten que su cama no es la más caliente del mundo. Solo así hablan. Bueno fuera que siempre abordaran esas angustias, y sobre todo con la persona indicada: su hombre, su mujer, su amante.
Yo siempre hablé de sexo. No me siento mejor o peor, simplemente me he sentido libre, porque quizás siempre tuve claro que jamás podía quedarme con las ganas, teniendo a la persona que quería encima (o abajo-o al costado).
A los 32 uno es más exigente, decía una de las protagonistas de Sex & The City. A los 32 uno piensa más en su clítoris, uno distingue al buen amante del malo, uno decide resignarse o probar. Yo he decidido probar que sí se puede mejorar lo que alguna vez no fue tan bueno, pero casi lo pareció. Es mi opción.
Hablamos de sexo cuando tenemos ganas, cuando tenemos curiosidad, cuando nos mata la envidia porque nuestra amiga gime como una loquita, mientras una lo hace y piensa en cualquier cosa, como en la caída del dolar.
Cuando hablamos de sexo hablamos de nuestra necesidad, de nuestra angustia, de nuestros sueños.
Yo siempre hablé de sexo. No me siento mejor o peor, simplemente me he sentido libre, porque quizás siempre tuve claro que jamás podía quedarme con las ganas, teniendo a la persona que quería encima (o abajo-o al costado).
A los 32 uno es más exigente, decía una de las protagonistas de Sex & The City. A los 32 uno piensa más en su clítoris, uno distingue al buen amante del malo, uno decide resignarse o probar. Yo he decidido probar que sí se puede mejorar lo que alguna vez no fue tan bueno, pero casi lo pareció. Es mi opción.
Hablamos de sexo cuando tenemos ganas, cuando tenemos curiosidad, cuando nos mata la envidia porque nuestra amiga gime como una loquita, mientras una lo hace y piensa en cualquier cosa, como en la caída del dolar.
Cuando hablamos de sexo hablamos de nuestra necesidad, de nuestra angustia, de nuestros sueños.
26 de diciembre de 2006
intentando
Es la 1:28 a.m. Por la ventana veo una noche oscura y muda, cómo se nota que la ciudad duerme a la espera del próximo juergón: viene Año Nuevo. No entiendo el entusiasmo, no sé para qué despedir el 2006 si el 2007 seguro será casi igual, no tengo grandes esperanzas, el optimismo no va conmigo, no soy negativa, pero ya no me creo cuentos plenos de felicidad, por fin acabo de comprender que la felicidad es esto parecido a la paz que me acompaña en esta madrugada.
Soy periodista. Empecé a los 17. No me avergüenza admitir que tengo 32 y que parezco más. Cuando preguntan por qué digo que la vida me ha hecho sufrir, gran cursilería, típica de mi, como cuando escucho a Rebelde y tarareos sus rosas y bobas canciones, quédate en silencio... bla, bla, bla.. cinco minutos, bla, bla, bla...
Por qué diablos soy periodista o por qué sigo siendo periodista. La respuesta es una sola: es lo único que sé hacer. La rutina mata la ilusión del amor, y también la ilusión del amor por la profesión. En el amor he dado más tumbos que en mi profesión. En el amor, a veces, he dejado morir la ilusión. Por el periodismo he tenido sentimientos más nítidos: amor/odio/pasión/incertidumbre... Todo me ha llevado a buscar la perfección, el punto medio, el horizonte. No diré que desde el periodismo quiero servir a mi patria, como un soldado... Por Dios, se nace con alma de Grau. Yo simplemente quiero escribir, dar noticias, ganarle a mi competencia, joder a los que la joden siempre en este país, encarar a los frescos. No soy justiciera, he escrito "algunas". Lo que me jode: me jode que en este país el drama de los gringuitos de Asia sea un drama nacional, que porque estos niñitos bien se quedan sin fiesta o sin un poquito de sol haya que derramar tinta y sudar. Me jode que una parejita gay concentre la atención del gran público por un matrimonio que no vale ni un caramelo monterrico. Me jode, porque bueno fuera que para algo sirviera tanta ceremonia. Si uno de los dos muere no serás viudo querido amigo, en el Perú eso no va, eso todavía es pre historia, y qué se puede esperar. ¿Acaso a nuestros congresistas les importa que los gays y lesbianas quieran matrimoniarse para renovar el amor, la fidelidad, las ganas? Me jode que los jueces no encuentren culpables por los 400 muertos de Mesa Redonda, que la justicia se acerque, y eso, a los de Utopía, mientras a los oscuritos hijos de la 'rata blanca' ni los mire.
Así es el Perú. El periodismo me ayuda a no resignarme. Lo mío es contar historias, y a través de ellas cuestionar, mover el piso, hinchar un poquito.
De suicidas, locos y hampones paso a escribir de orgasmos, de gemidos falsos, de hombres que sueñan con transformarse en mujeres. Eso me da el periodismo, eso da el periodismo. Al igual que la literatura te presta un poquito de vidas diversas.
Tengo la historia de un secuestrado, tengo en mi cabeza el drama de una mujer que no conoce orgasmos; tengo la historia de un futbolista matón; y tengo el drama de un tío al que no se le para. El periodismo te da este tipo de opciones. Es un poco como estar en primera fila, con el privilegio de escoger lo que más quieres.
Por estos días, me provoca escribir de sexo.
Me preguntan por qué. En este Perú de prejuicios, de hombres que presumen de su falsa virilidad para esconder que no son nada en la cama, de mujeres finas y limpias en el lecho, me provoca romper algunos moldes. A ver si puedo, lo estoy intentando. Nunca tuve muchos prejuicios. Siempre fui muy abierta, a veces creo que la página de sexo me estaba esperando, para descargar allí las cosas que pensaba sobre el tema y que nunca tenían donde publicarse.
Mucho de lo que siento y quiero acaba en una página de miércoles. Otro tanto se queda en mi cama, eso que se queda en esta cama que ahora miro espero contar en este blog.
Soy periodista. Empecé a los 17. No me avergüenza admitir que tengo 32 y que parezco más. Cuando preguntan por qué digo que la vida me ha hecho sufrir, gran cursilería, típica de mi, como cuando escucho a Rebelde y tarareos sus rosas y bobas canciones, quédate en silencio... bla, bla, bla.. cinco minutos, bla, bla, bla...
Por qué diablos soy periodista o por qué sigo siendo periodista. La respuesta es una sola: es lo único que sé hacer. La rutina mata la ilusión del amor, y también la ilusión del amor por la profesión. En el amor he dado más tumbos que en mi profesión. En el amor, a veces, he dejado morir la ilusión. Por el periodismo he tenido sentimientos más nítidos: amor/odio/pasión/incertidumbre... Todo me ha llevado a buscar la perfección, el punto medio, el horizonte. No diré que desde el periodismo quiero servir a mi patria, como un soldado... Por Dios, se nace con alma de Grau. Yo simplemente quiero escribir, dar noticias, ganarle a mi competencia, joder a los que la joden siempre en este país, encarar a los frescos. No soy justiciera, he escrito "algunas". Lo que me jode: me jode que en este país el drama de los gringuitos de Asia sea un drama nacional, que porque estos niñitos bien se quedan sin fiesta o sin un poquito de sol haya que derramar tinta y sudar. Me jode que una parejita gay concentre la atención del gran público por un matrimonio que no vale ni un caramelo monterrico. Me jode, porque bueno fuera que para algo sirviera tanta ceremonia. Si uno de los dos muere no serás viudo querido amigo, en el Perú eso no va, eso todavía es pre historia, y qué se puede esperar. ¿Acaso a nuestros congresistas les importa que los gays y lesbianas quieran matrimoniarse para renovar el amor, la fidelidad, las ganas? Me jode que los jueces no encuentren culpables por los 400 muertos de Mesa Redonda, que la justicia se acerque, y eso, a los de Utopía, mientras a los oscuritos hijos de la 'rata blanca' ni los mire.
Así es el Perú. El periodismo me ayuda a no resignarme. Lo mío es contar historias, y a través de ellas cuestionar, mover el piso, hinchar un poquito.
De suicidas, locos y hampones paso a escribir de orgasmos, de gemidos falsos, de hombres que sueñan con transformarse en mujeres. Eso me da el periodismo, eso da el periodismo. Al igual que la literatura te presta un poquito de vidas diversas.
Tengo la historia de un secuestrado, tengo en mi cabeza el drama de una mujer que no conoce orgasmos; tengo la historia de un futbolista matón; y tengo el drama de un tío al que no se le para. El periodismo te da este tipo de opciones. Es un poco como estar en primera fila, con el privilegio de escoger lo que más quieres.
Por estos días, me provoca escribir de sexo.
Me preguntan por qué. En este Perú de prejuicios, de hombres que presumen de su falsa virilidad para esconder que no son nada en la cama, de mujeres finas y limpias en el lecho, me provoca romper algunos moldes. A ver si puedo, lo estoy intentando. Nunca tuve muchos prejuicios. Siempre fui muy abierta, a veces creo que la página de sexo me estaba esperando, para descargar allí las cosas que pensaba sobre el tema y que nunca tenían donde publicarse.
Mucho de lo que siento y quiero acaba en una página de miércoles. Otro tanto se queda en mi cama, eso que se queda en esta cama que ahora miro espero contar en este blog.
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