¿Se puede borrar el pasado? Desesperada, el otro día, mientras escribía para el diario le hice la pregunta al psicoterapeuta, que desde su celular, buscaba las frases exactas para calmar el dolor de aquellos que no podían olvidar. Entre esos aquellos, por supuesto, me encontraba yo. ¿Dame la receta?
Dice el DOC –que sabe, porque para eso ha estudiado – que el olvido es imposible. Olvidar es sinónimo de amnesia. Y la amnesia no es un estado óptimo. No se puede olvidar. Lo que uno puede y debe hacer si desea curar las heridas es aprender a despedirse, decirle adiós a un amor, a un pedazo, a un trozo de tu vida que resultó chamuscado porque el destino así lo quiso, porque a ti te dio la gana de destruirlo, porque el mundo se encargó de dinamitarlo. Yo que sé. Lo cierto es que el pasado está allí, y te duele cada día, te quema, te tortura.
Técnicas para olvidar iba a ser el título de mi columna de sexo. ¿Y eso qué tiene que ver con el sexo?, preguntaría mi director sin ninguna duda. Entonces tendría que explicar que sí tiene que ver. Porque cuando una va con ese lastre encima simplemente ni gozar puede. La columna no se escribió nunca, porque yo no encontré las técnicas para recomendar. Tampoco hallé al experto que me convenciera. Tampoco ubiqué la música que me ayudara a olvidar. Insistí en mi tesis del clavo saca otro clavo, porque aunque nunca me funcionó, confío en que algún día de estos funcione.
Pues ha pasado el tiempo y estoy aquí, a las tres de la mañana, buscando una solución a esta historia que no concluí.
Y casi he hallado la solución, y la pondré en práctica: Inventemos otra vida.
Mañana, al despertar, seré otra mujer. En primer lugar sonreiré, dejaré de exhibir al gran público mi torturada cara de desencanto y dolor. En segundo lugar, pasaré más tiempo en la ducha, disfrutando el agua en mi cuerpo. Dejaré de correr, de mirar el reloj, de tener los celulares a la mano, de esperar que me llamen del trabajo, de aguardar un S.O.S. de la luna. Yo simplemente me bañaré, y sonreiré. Porque el comienzo de una nueva historia empieza diciendo adiós a esos hábitos nocivos que has cargado una eternidad.
No puedo prometer que dejaré a Sabina, Calamaro y a Chavela Vargas, porque sería traicionar mi esencia, lo poco que queda de mí después de esa catástrofe que viví. Iré al trabajar, pensando que no trabajo para vivir, sino que vivo, y entre otras cosas trabajo, leo, estudio, me tomo unas cervezas. Dejaré de creer que el mundo se me cae porque un periódico me ganó la noticia. Ya les ganaré yo. Y aunque esto no significa que perderé mi calidad profesional asumo que cambiando esta forma obsesiva de ver mi trabajo me estresaré menos, descargaré menos iras y lloraré menos en silencio.
Me dejaré amar de quien me ama, y amaré más a quien tengo a mi lado, aunque siempre el pasado me persiga. Disfrutaré lo que tengo al lado: mis cuatro gatas, mi cama, mi ropa vieja, mis ceniceros, mis fotos, mi celular con cámara, video y Mp3, mi manual para aprender a manejar, mis libros de toda la vida, mis latas de cerveza vacía, mi cuadro del Che, mi espejo de gato, mi ventana con falsa cortina…
Dejaré de quejarme. Lo prometo. Seré una lesbiana feliz. Me inventaré una historia mejor, no permitiré que el pasado me arrase, y afrontaré mi suerte con más optimismo. Si tengo que mirarle la cara al pasado lo haré hoy mismo, sin resentimientos, sin dolor, sin afán de víctima, sin añorar lo que no fue. Siempre queda un buen recuerdo, ese recuerdo estará aquí. Mi presente es una historia que se sostiene en un alfiler, pero está allí: limpio, puro, sin mancha. Quiero vivir, quiero inventarme otra vida y dejar de pensar en la muerte como la salida más fácil.