21 de julio de 2009

Tres años juntas




R y yo cumpliremos tres años en algunas horas. Un día como hoy, ella y yo nos sentamos a tomar un café. Nos habíamos conocido dos meses atrás gracias a un anuncio que yo puse en una página de contactos, como quien tira una moneda al aire y cierra los ojos.

A la semana nos encontramos en la puerta de un McDonalds: yo me sentí cautivada, intrigada, y bastante nerviosa. Ella no fue muy efusiva. Extrañamente, yo me convertí en una lora, intentando contarle mi caótica vida en lo que duraba el café.

Los días y las semanas posteriores fueron de puro chat, quizás algunas salidas, pero el panorama lucía sombrío: Yo seguía amarrada a mi ex, y ella no confiaba en nadie, menos en una chica capaz de colocar un busco novia en la red.

Pero un día como hoy, en el mismo café donde esta noche nos detuvimos para comer un helado, ella me dijo: “Vamos a probar, a ver qué pasa”. Ni el tono de su voz, y menos su mirada me dieron pistas de que la relación tendría futuro.

Decidí probar, pero no tenía muchas esperanzas. Yo sentía que era un experimento para ella, y R creía que yo no podía desamarrarme de mi pasado.

Estos tres años han sido muy intensos, a las dos nos pasaron muchísimas cosas, y aquí estamos, enamoradas y en paz. Ya no soy un experimento, y mi pasado ya no estorba. Seguimos peleando a diario –por chat y face to face-, pero no podemos separarnos. Y lo hemos intentado, pero 24 horas después, ella y yo nos abrazamos, y seguimos caminando juntas, capaces de vencer todos los temporales que nos sacudan, que hasta este momento ya han sido varios.

Yo espero que aquí, con ella, acaben mis historias con las mujeres, que ella sea la última. Y confío en que ella piense lo mismo. Estoy enamorada, y tan cursi como de costumbre, quería volver a postear en este blog que nació por ella, y para ella.

Te amo, baby.

8 de julio de 2009

Derrumbando lesbianas

(Columna publicada hoy en Perú.21)
Ilustración: Sheila Alvarado para Sobre Sexo, Perú.21

Derrumbando lesbianas

Este no es un manual y, menos, una radiografía. No voy a hacer el perfil de la lesbiana promedio ni trazar el prontuariado de la lesbiana peligrosa. Esta columna, escrita en el calor de la 'abenciamanía’, solo apunta a desmentir algunas barbaridades que se han dicho en estos días respecto a cómo aman las mujeres que decidieron compartir la vida y la cama con otra mujer.

MITO: Una lesbiana desea convertirse
en hombre.

Incluso, cuando lleva una pistola en el cinto –como la cantante Chavela Vargas en sus tiempos más fogosos– o cuando su voz es ronca y su andar rudo, una lesbiana no desea convertirse en un hombre. No sueña con tener un pene. No lo imagina colgándole entre las piernas, no lo necesita, no lo busca.

Se susurra –porque estas cosas no se dicen frente a frente– que una lesbiana desea desesperadamente penetrar y que ansía un falo invencible. Lo murmuran muchos hombres, ilustrados o no, olvidando quizás que sus penes despiertan y duermen, más allá de sus propios deseos y batallas. Invencibles no lo son. Y las lesbianas lo tienen claro, convencidas también de que sexo no es sinónimo de penetración y disfrutan siendo mujer con sus mujeres.

Hay mujeres rudas bien heterosexuales, como lesbianas bien ladys. Hay de todo, pero pocas veces una obsesión enfermiza y devastadora por transformarse en hombres, porque justamente las dos protagonistas de esta historia (la que te quieras imaginar) decidieron vivir su vida y su sexualidad sin un hombre. Que no se confunda transexualidad con lesbianismo.

MITO. Dentro de la pareja lesbiana, una es el hombre y otra la mujer.

Los roles: activa y pasiva. Activa es la que penetra con uno o más dedos a su chica o con algún juguete sexual de forma fálica. Pasiva es la que se deja penetrar. Es fácil señalar –en función de la apariencia física y hasta de la cantidad de maquillaje– que una hace el papel del hombre y, la otra, el de la mujer. Sin embargo, en una relación de dos mujeres existe una tercera opción, la más frecuente además, y la que más se goza.

Me refiero a ese término bobo, pero necesario de mencionar, llamado MODERNA: la que penetra y se deja penetrar, o toca y se deja tocar, la que arremete con fuerza a su amante, al tiempo de dejarse tomar en sus brazos.

No es habitual que, dentro de la pareja, una le diga a la otra “yo soy el macho y tú, la hembra”. La relación fluye muy al margen de los roles, etiquetas o patrones. El deseo no tiene reglas, y la entrega no pone reparos en lo que supuestamente parecen ante la sociedad, que las clasifica en masculinas (machonas) o femeninas (ladys).

La investigadora Alicia Gallotti, autora del Kama Sutra lésbico, afirma que “uno de los rasgos singulares y acaso más positivos en las relaciones lésbicas es que los roles son intercambiables y, generalmente, mucho menos definidos que entre los heterosexuales”.

Pero, ¿quién lleva los pantalones? Como en cualquier relación, al margen de la orientación sexual, habrá alguna que se imponga más, que tome más decisiones o que lleve las riendas. Y, al igual que en cualquier pareja, una de las dos tendrá más iniciativa en la cama, más punche y más creatividad. Eso no pasa por ser el macho.
Acotación de Gallotti: “Hay lesbianas que no admiten ser penetradas”.
Las que decididamente tienen una apariencia masculina-activa suelen buscar amantes o una pareja femenina-pasiva. Pero no son todas, no hay que generalizar.

MITO: Las lesbianas son las reinas del sexo oral.

Y, aunque esto afecte la reputación del 'gremio’ (sorry, compañeras), lo cierto es que ese es otro mito devastado por la realidad. El famoso cunnilingus es, ciertamente, una práctica frecuente entre una pareja de lesbianas.

Se murmura con muy mala onda que, a falta de pene, las chicas emplean su lengua. No se dice que la ausencia de un falo desarrolla lenguas poderosas, capaces de desatar orgasmos en menos tiempo que un pene promedio. Y tampoco se dice que las lesbianas con esta capacidad son parte de una élite, porque muchas, pese a la experiencia y al afán, no están dotadas para este arte. Un ejemplo más de que, aquí, la orientación sexual poco tiene que ver. Un@ es buen@ amante o mala amante, muy al margen de si es heterosexual u homosexual.

MITO: La lesbiana es enemiga de los hombres, y es así porque fue violada o abandonada.

En la vida de las lesbianas, los hombres no son ratas peludas ni los malos de la película. Al contrario, son buenos amigos, consejeros y apoyo.
Las investigaciones de Gallotti refieren que es falso pensar que una mujer acaba interesándose en otra mujer por alguna experiencia sexual negativa o insatisfactoria, y menos por una historia de violencia o agresión sexual.
Las lesbianas pueden rechazar el machismo, pero no odian a los hombres. Incluso, tienen actitudes machistas, como cualquier varón y mujer
heterosexual.

MITO: La lesbiana es posesiva, peligrosa, 'mujeriega’ y capaz de matar por amor.

Ojalá se hicieran estadísticas para confirmar que la mayoría de crímenes pasionales fue protagonizada por parejas heterosexuales y no por homosexuales. A la espera de este registro, queda precisar que nada más falso que clasificar a la lesbiana como posesiva, celosa y peligrosa. Hombres y mujeres lo son, muy al margen de su orientación sexual.
El sentimiento de 'mi propiedad privada’ no tiene género y es nocivo en cualquier bando. Es lamentable que presuntos psicólogos o psicoterapeutas hayan hecho en estos días desinformadas y prejuiciosas declaraciones al respecto, clasificando a las lesbianas como si fueran ganado.
¿Son inestables, infieles y no pueden sostener una relación formal? Falso. Generalizar es un absurdo, como decir que todos los hombres son 'mujeriegos’ e incapaces de amar a una sola mujer.

MITO: La lesbiana vive obsesionada con el sexo y es una depredadora sexual.

Los adictos al sexo son mayoritariamente hombres heterosexuales. Los depredadores sexuales (abusadores, violadores y más) son, igualmente, hombres y heterosexuales. Y no por ello se dice que los hombres son adictos al sexo y depredadores sexuales. Las patologías y el prontuariado no pasan por la orientación sexual de nadie. Las disfunciones sexuales, además, afectan a hombre y mujer, muy al margen de su orientación sexual.

MITO: La lesbiana es un ser sufrido, desdichado y marginado.

En esta sociedad con altas dosis de homofobia, es cierto que las lesbianas –cada vez menos invisibles– sufren circunstancias adversas a diario, pero no son las más tristes y jodidas del planeta. La violencia golpea más a las mujeres heterosexuales.

Los feminicidios no son patrimonio lésbico. La violencia familiar se da, con implacable fuerza, en hogares heterosexuales con historias de embarazo adolescente, aborto, maltrato y muerte. La marginación castiga más a los transexuales y, aunque esto no es un consuelo, la verdad hay que decirla