27 de mayo de 2009

Manual para decirle a tu mamá que eres lesbiana


Sí, cada mamá es diferente, y cada realidad es un mundo, un mundo raro, como canta Chavela Vargas. No todas tienen la suerte que tuve yo, pero tampoco fue tan sencillo. Hubo una estrategia que apliqué siguiendo mi intuición, porque a los 18 o 17 y pico uno no sabe tanto de la vida como para planificar grandes batallas, pero algo hice y esto fue.


No disimulé mi amor por la ‘amiga’ que era mi novia. Salíamos a todas partes juntas, dormía en mi cuarto, desayunaba en mi casa, yo me quedaba a pasar la noche en su depa familiar, jugábamos delante de mamá y de todos los presentes, planificábamos los fines de semana, y hablábamos por teléfono sin pausa.

No me inventé un enamorado-novio. Recién había roto una relación heterosexual y ante el mundo estaba sola, y muy feliz. Así me la pasé hasta un año y medio después o quizás algo menos cuando mamá se enteró.

No lo negué. Cuando mi madre espió por la puerta casi abierta de mi habitación y me encontró abrazada a mi novia, y luego me llamó para conversar opté por respirar hondo y decirle: “Sí, ¿y cuál es el problema”. Mi mamá lloró y casi podría jurar que quiso darme una bofetada. Yo me adelanté: “Pegándome no arreglarás nada, las cosas son así”. Mi mamá insistió en que ‘eso’ no era normal, que yo estaba confundida, que quizás había sido un error haberse opuesto a mi noviazgo con P, mi enamorado desde que era una adolescente. Repliqué a mamá: “No, mamá… A P. ya no lo quiero, ya no me gusta, ya no me interesa. ¿Por qué te cuesta comprender? Además, creo que tenías razón… P no era para mí”.

No cambié de actitud. Mi novia siguió en casa. Creo que miraba diferente a mi mamá o creo que mi mamá la esquivaba. En esas estábamos cuando de casualidad llegó a mis manos unos volantes sobre la homosexualidad, donde decía que ser gay, lesbiana o transexual no era una enfermedad. Me aprendí el discurso. Porque yo era lo que era, pero no tenía más información. Ni siquiera sabía que habían movimientos que luchaban por nuestros derechos. Y además ignoraba que fuéramos tantos.

Eduqué a mamá. Llegué a casa un día con esos volantes y los dejé en su habitación y desaparecí. Al día siguiente, mi mamá preguntó: “¿De dónde has sacado esas porquerías?”. Le conté que me los habían repartido en el ómnibus. Y le entregué otro. Mamá me miró extrañada y me pidió que no dejara de estudiar, también sugirió que abandonara el trabajo (en el canal donde practicaba conocí a mi novia), pero yo le dije que no iba a abandonar ni los estudios ni el canal.
“¿Y perderás la beca?", preguntó. Yo le juré que no. Y así fue. No perdí la beca, dejé algunos ciclos y regresé, y me volví a ir de la universidad, pero a mi mamá no le costó un sol mi educación. Yo seguía en los primeros puestos, muy feliz además. En todo ese tiempo, mientras regresaba de clases y me iba al canal, y abrazaba a mi novia, seguía llegando a casa con más y más volantes. Mamá los leía y los rompía o los escondía. Un día mi abuelo me increpó lo “rara” que me había vuelto. Y me dijo casi a gritos que yo era una enferma porque la homosexualidad es una enfermedad. Cuando pretendía defenderme mi mamá apareció y le aclaró a mi abuelo que yo no estaba ni enferma ni nada, y que me dejara en paz. Luego busqué a mi madre para agradecerle y ella me regaló una sonrisa, me abrazó y me dijo que no se iba a meter, pero “no exageres y si puedes luce más femenina”. Me pinté la boca y me puse unos aretes. Mamá me regaló otra sonrisa.

Le confesé mis problemas de pareja. Al cabo de unos años cuando mi mamá todavía no se acostumbraba tanto al asunto, y en plena crisis con mi primera pareja, mamá me encontró llorando. Le dije la verdad: “He sido infiel, y K. no me perdonará”. Mi mamá sospechaba la identidad de la ‘otra’, y me dijo: “Encima, tenías que ser como tu padre. No te conformas con una y buscas otra”. Yo seguía llorando. Y mi madre, otra vez, sabia, me soltó esto: “Esa chica (la otra) no me parece buena para ti. Te hará mal. Pide perdón a K, y pórtate bien. No seas como tu padre con la mujer que te quiere”. No le hice caso a mi madre: Me fui con la chica que me haría mal, y me porté como mi padre, pero mamá estaba a mi lado, y a pesar de nuestras diferencias, varias veces la encontré planeando mi retorno con K.


Es posible que mi mamá sea una especie rara, capaz de comprender o de leerse un volante sin vomitar o amarrarme en el cuarto. No sé bien qué pasó por la cabeza de mi mamá, y tampoco podría definir de qué madera está hecha, pero puedo asegurar que salir del clóset ante ella fue una buena idea, y la razón para seguir saliendo, sin vergúenza ni miedo, ante los otros, el resto, los menos importantes en mi historia.

16 de mayo de 2009

Tus amigos virtuales



Ya perdí la costumbre boba de cambiar mi estado civil en Facebook cada vez que peleo con R. Sin embargo, persisto en colocar mensajes estupidos como: “Más sola que una mosca” / “…y un día se manda todo al diablo, y no hay retorno” o “Esperando que R. me preste atención”.

No sé cuándo perdí el pudor. Quizás todo empezó cuando nació este blog, y mis problemas sentimentales, y felicidades también, quedaron en vitrina. Descubrí entonces que más personas de las que imaginaban estaban al tanto de mi minúscula existencia.

Desconocidos me preguntan cómo está R. en medio de una reunión cualquiera (léase conferencia o un evento como el del Día del Internet), o gente de la que apenas conozco el nick pregunta por Vodka, mi gata; o me pide el teléfono de César, mi brujo, o el celular de mi psicóloga.

“Lo que te hizo tu ex es realmente horrible, te entiendo”, me escribió alguien en Twitter. Y yo me quedé de una pieza. Antes de preguntar cómo sabía, desde dónde me estaba espiando, o si conocía a mi ex... recordé mi vida escrita en este blog.

Era una chica española, lesbiana, que vivía en Canada, que sabía tanto de R., como de mi sabrosa causa. Y así podría enumerar demasiados ejemplos de chicas y chicos que se declaran mis amigos de Twitter, de Facebook, del blog. Y yo también los identifico así: mis amigos del blog, de Twitter, del Facebook…

Si me preguntaran si sería capaz de dar marcha atrás, y borrar todo lo que de mí se sabe en este blog y en mis mensajes al vuelo en Facebook, la respuesta sería que NO, porque una vez que te expones, ya no hay retorno.
Y no me arrepiento, pero sí me mido, aunque a veces explote y teclee estupideces que me hacen más vulnerable. Felizmente siempre hay alguien cerca –un amigo virtual-que te sugiere: Borra eso.

Dicen que uno se expone y hace amigos virtuales, y transcurre en una vida digital para estar menos solo. Dicen que uno escribe un blog para tener ‘amigos’ que en el mundo real son 10 y que en el virtual pueden llegar a 922 (como es mi caso en Facebook). Sí, quizás es así. Quizás gracias a este blog me siento menos sola, menos boba, menos perdida…pero qué tanto son tus amigos tus amigos virtuales, qué tanto les importas, qué tanto quieren saber de ti, qué tan cierto es que están allí para cuando los necesites…

Un amigo virtual desaparece cuando le haces click a Eliminar. Un amigo virtual desaparece cuando no se conecta, cuando no postea, cuando no twittea, cuando no está en Facebook… Un amigo virtual desaparece cuando regresa al mundo real, donde tú no estás. Y entonces te queda tu R., y tus cuatro gatas, los 10 amigos de siempre, de toda la vida (real), y el cigarrillo que tienes en la mano.

7 de mayo de 2009

A mi mamá No



• A mi mamá no la he abrazado tanto como quisiera, porque algo, en cierta parte de nuestros mundos, nos hizo lejanas.

• A mi mamá no la soporto cuando va de compras y no compra. En el Jirón de la Unión, mamá quería gastarse su quincena en zapatos taco nueve, y faldas al tubo.Yo quería ver televisión, pero mi mamá me tenía de la mano frente a una vitrina. Lo peor era cuando ingresaba a la tienda y una señorita pálida y cansada le ofrecía probarse las prendas, todas las prendas que quisiera. Y mamá comenzaba. Y yo empezaba a pensar que si me sacara la lotería (no había Tinka), mamá no tendría que preguntar precios y regatear. Le compraría todo y me evitaría la espera, Yo soñaba con niñas, mientras mi mamá le contaba a la señora lo dura que era la vida. Yo quería tener 18 años y no diez para acariciar la vanidad de mi mamá con faldas, joyas y tacos. Pero no es lo peor: lo peor ocurría cuando me tenían que comprar ropa (mi cumpleaños, 28 de Julio, Navidad, Año Nuevo) y mi mamá se empeñaba en los vestiditos rosados y los zapatitos de charol con correa. Mamá no entendía mis súplicas, yo tampoco le dije JAMÁS que quería un terno como el de mi vecino, o un disfraz de El Llanero Solitario, con pistola bien cargada.

• A mi mamá no la voy a declarar culpable del terror que me inspira el Señor de los Milagros, pero aquí queda constancia que quizás ella tiene que ver con mi pavor. Octubre era un mes negro, no morado para mí. Mamá me sacaba muy temprano de la casa, yo tendría siete, ocho, nueve, diez, doce años. Mamá me decía que El Señor nos estaba esperando, y cuando la multitud -que luego como periodista torpe llamaría ‘mar humano’- se extendía cuadra tras cuadra hasta el infinito, mi madre me tomaba fuerte de la mano para que no me pierda, y me jaloneaba hasta las andas del bendito Señor para mirarlo bonito, y rezar, y pedir perdón. El momento top de la procesión se producía cuando en un ataque de espontaneidad mi madre le pedía a un hermano morado que me cargara para ver cerquita al Señor. El pobre hombre sudaba, se encogía y me alzaba. Yo miraba al Señor, mientras estrenaba mis primeras mentadas de madre en silencio.

• A mi mamá no puedo mirarla a los ojos porque no me gusta que me vea llorar, y creo que de solo contemplarle la mirada me quebraré, porque ella sabe mejor que nadie lo que soy, y lo que no quiero ser, y lo que nunca seré.

• A mi mamá no le daré nietos.

• A mi mamá no sé cómo decirle que la extraño cada día, así no la llame una semana entera.

•A mi mamá no tengo que contarle un cuento sobre lo feliz que soy. Ella sabe, siempre sabe.

• A mi mamá no la entiendo, pero la admiro, porque ha cumplido un sueño que quizás yo no alcance: tener una familia suya, pequeña, íntima, indiferente a las carencias y llena del amor.

• A mi mamá no le gustan los gatos. Mi madre ama a su perro Boby y a sus peces, y jamás ha mirado a mis bellas gatas porque dice que los gatos dan mala suerte, y la asustan hasta el llanto y la taquicardia.

• A mi mamá no sé cómo decirle que una noche para no repetir la historia fui cruel.

• A mi mamá no sé si agradecerle las vacaciones útiles en las que me inscribió a pesar de no tener dinero suficiente. Natación, marinera, afro, computación, inglés, aeróbicos, origami… Mi mamá me hizo estudiar de todo, mientras el sol me quemaba entre enero y marzo.

• A mi mamá no la puedo dejar de recordar llorando por el que todavía es mi padre. Mi mamá leía las cartas mentirosas de mi papá, y con la música de Los Iracundos lloraba y se partía en dos. A mi mamá una vez la encontré feliz, con la misma música de Los Iracundos, pero sin las viejas cartas sobre la mesa. A su lado estaba un tipo alto y desgarbado que la miraba con amor. Un día, cuando yo tenía 15 y medio, mi madre y el flaco me anunciaron su matrimonio. Ese día, el de la boda, yo me emborraché con el novio, tras pedirle que no le hiciera lo mismo que mi padre. Y él, hasta ahora, ha cumplido más de lo que mi madre, la parentela y yo esperábamos. Y los Iracundos siguen cantando.

• A mi mamá no le importa un pepino la hora. Es la mujer más impuntual del mundo, mi mundo. Y aunque siempre dije que jamás tendría mujer tardona, la vida me ha dado mujeres tardonas siempre.

• A mi mamá no puedo perderle el rastro ni cuando me empeño en desaparecer, porque ella encuentra maneras de encontrarme.

• A mi madre no tengo que llamarla por teléfono cuando me quiero morir, porque mi madre se adelanta a mi S.O.S. y marca mi número, y pregunta qué me ha pasado. Y yo comienzo mi drama, mientras ella escucha silenciosa. Al rato, mi madre tiene la solución, el mejor y más noble de los consejos, o la más pérfida de las coartadas.

• A mi mamá no puedo dejar de darles las gracias por lo que hizo cuando en una relación pasada yo me comencé a quejar como macho incomprendido, y ella–resuelta, experimentada y bien hembra- llamó a mi chica para sugerirle algunos trucos para inyectarle pasión a la relación devastada. Grande fue mi sorpresa cuando mi ahora ex me reveló que mi mamá le había sugerido lencería minúscula, poses, y hasta baños relajantes en pareja.

•A mi mamá no puedo evitar llamarla cuando me peleo con mi novia, y ella como buena mujer difícil sabe aconsejarme, porque entre mujeres nos entendemos las tres.


Feliz día de la madre, mamá. Te adoro.
Y feliz día de la madre a todas las mamás que pasan por aquí, o a sus mamás, o a sus novias mamás.

3 de mayo de 2009

Sin palabras




En estos días he pensado seriamente que las palabras se me acabaron para consolar a R. Su padre está muy enfermo, y la vida (su-nuestra) ha cambiado drásticamente.

Buscamos esperanzas y milagros, la desesperación nos gana, y yo ya no sé qué inventar para arrancarle una sonrisa, aunque sea por una bobada.

Y a veces soy torpe, y a veces soy en exceso optimista, y a veces no soy nada más que una tonta que no sabe qué hacer para cambiar el destino.

Te amo R.