26 de marzo de 2009

¿Te quieres quedar en casa por siempre?


R. está durmiendo en mi cama, yo caigo de sueño, pero no puedo caminar hasta mi lecho, porque la noche recién comienza, y son demasiadas tareas las que debo hacer, pero me distraigo con este post que casi tengo escrito en mi cabeza.

Mi objetivo es que R. se quede en casa por siempre. Cada día me hace más falta, y cada día la tengo más cerca. Tiene una razón de amor y de peso para no mudarse, la entiendo, me harto, y la entiendo, y la amo más porque mujer más noble no he conocido, así me grite unas tres veces al día.

Cuando miro a R me quedo sin argumentos, no hay forma de convencerla por ahora, aunque César –mi brujo- dice que ello se dará este año. Por lo pronto, Vodka y yo esperamos que César no falle, y últimamente no ha fallado en nada, en verdad, nunca ha fallado.

En pocos meses cumpliremos tres años juntas, las últimas semanas hemos aprendido a tolerarnos, y las peleas han cesado. Ella y yo nos abrazamos más, nos necesitamos más, y en el cajón de mi cómoda encuentro ropa suya, olvido semejante nunca antes había pasado. Así, me sorprendo algunas madrugadas contemplando su pequeña blusa color melón, o su short, o sus medias, o prendas más suyas, más mías. Y siento que cada vez está más cerca, y no quiero arruinar nada. Por eso, Vodka y yo hemos pedido a doña Elsa, la bella señora que me arregla la casa, que mantenga el orden y la limpieza, que pase por mi depa más seguido, que cuide los detalles, porque R. –más desordenada que yo- no tolera mi desorden, detesta encontrar mi brassiere encima de la sobreviviente PC, o mis zapatos en el comedor, y mi reloj en la cocina, y mis cables (laptop, notebook, iPhone y celular del diario) enredados en cualquier parte.

También comienzo a encariñarme con la aspiradora. Nada de pelos, pide R. Y Vodka me guiña el ojo, segura de verlos desaparecer con el viento, o con el aparato azul que cierta vez compré para aspirarme la mala vida que traía encima cuando rompí con mi ex.

He soñado en mis tres horas de descanso habituales que R. vivía aquí. Me he visto preparando el desayuno, como casi siempre suelo hacerlo, con gusto así esté sonámbula. He visto a R. tendida, de espaldas en mi cama, y he confirmado que tenerla es lo mejor que me ha pasado en la vida, que incluso con las batallas aquellas que hemos tenido, ella ha estado allí cuando me he caído y cuando he volado más alto de lo que esperaba.

Antes decía: “Mi depa”. En los últimos tiempos me sale del alma: “Nuestra casa”. El NOS se impone natural, el NUESTRO, y a ella también le sale NOS y NUESTRO.

Esta semana un colega murió en un accidente de tránsito. Chocó con un tráiler y tras varias horas de agonía no resistió más. A Álvaro lo conocí cuando yo era practicante de reportera en un canal de televisión. Él llevaba el micrófono de su radio en la mano. Vestía terno y una sonrisa inmensa lo alumbraba, todos lo querían.

No era mi amigo, pero siempre nos saludábamos con afecto. Las imágenes de la misa y del velorio, emitidas por la televisión, nos devastaron a las dos: la novia de Álvaro estaba rota. Se iban a casar este año. Un diario ha informado que peleaban mucho, y que la noche de la tragedia se habían vuelto a enemistar. Claro, Álvaro y Giuliana eran una pareja de este mundo, peleaban, se amaban, y peleaban. No importan los detalles de ellos, yo me quedo con una frase que nos salió de pronto: “Cuando discutamos, cuando nos terminemos, y cuando quizás nos ofendamos, hagamos lo imposible por abrazarnos y perdonarnos lo más pronto, no a la mañana siguiente, no más tarde”.

R y yo, abrazadas, nos quebramos, pensando qué pasaría si una de las dos se marchara de esa manera tan brutal. R. lloraba y yo también. Yo le dije que me quería morir primero. No soportaría su partida. La muerte es tan cercana al amor, que cuando alguien fallece te pones a pensar qué ocurriría si la protagonista fueras tú, o la persona que más amas.

El hilo que nos mantiene atados a la vida es tan débil, que un suspiro nos puede mandar demasiado lejos por siempre. Será imposible no pelear, pero al menos hoy sabemos que nos necesitamos más, que mi cama la espera, que mi cocina aguarda su supervisión estricta, que la mesa del comedor la quiere cerca, que me encanta cuando lee y me ignora (foto), que mi gata y yo la esperamos cada noche con la esperanza de que se vaya quedando, quedando. Quedando.


17 de marzo de 2009

Y si ella me fuera infiel



Cualquiera de mis ex podría decir que me puso los cuernos. Disculpen la pedantería, pero yo no creo, la verdad. Tengo una estima muy grande por todas las que fueron temporalmente mías, y confío en que nunca me traicionaron. Al menos, nunca me enteré de nada. Además, por respeto a las ex señoritas de Vargas debo decir que sus valores morales-sus pudores- quizás el ¡TERROR! a mi mal genio- les impidió acariciarse con otro cuerpo. Quiero creer que tampoco desearon a otra, pero los deseos casi nunca se confiesan.

Anoche tuve un sueño que me hizo despertar indignada: mi pequeña R. me estaba siendo infiel. La cama que ocupo en este instante es una cama cómoda pero de cualquiera. Es la cama de un hotel en Guadalajara, México, una cama que seguro nunca más me recibirá. Nada más ajeno que una cama de hotel, sobre todo cuando se está completamente sola, sin mujer y sin gata.

Yo confío en R., pero los sueños son sueños, no siempre una los puede controlar y aunque a veces yo tengo el poder de frenar pesadillas o de vivirlas intensamente, lo ocurrido anoche se me fue de las manos, o de la inconsciencia. Suspendí mi sueño cuando R. casi se me perdía bajo el cuerpo de una desconocida, más grande, más fuerte y más alta que yo. 

El insomnio me llevó a preguntar qué haría si la encuentro con otra. ¿No les ha pasado a ustedes?  Al margen de que nuestra chica sea una santa –como la mía-, la vida te pone en circunstancias que a veces te hacen despojarte del jeans. Así que me puse a dar vueltas sobre mis súbitos celos.

Si ella me fuera infiel yo tomaría decisiones drásticas. Lo políticamente correcto es decir que si ella fuera capaz de una traición semejante es porque no vale la pena, y lo mejor es darse la vuelta y adiós. Pues sí, eso sería lo más sano. Yo no soy muy sana mentalmente, ya me han dicho vari@s personitas por allí. Así que yo, querid@s, correría a mirar el vacío desde la ventana de mi depa, tomaría aire y luego correría a ponerme mi mejor look en busca de un cariño consolador. En otras épocas yo he buscado cariño consolador cuando ni siquiera me eran infiel, pero en un caso semejante les juro que iría por una caricia buena, algo que alivie mi rabia, y mi nefasto deseo de venganza.

Pero quizás algo me detenga: no se trata de mis valores morales, tampoco de mi pudor… Se trata de pereza, pereza de complicarme en segundos con una desconocida, a la que posiblemente me pegue desesperadamente. Ya saben que yo soy del clan de las despechadas.

Sin embargo, lo más seguro es que me meta a mi cama –la mía- y me disponga a dormir y a dormir, con las lágrimas ahogadas entre la almohada y mi cara. Dormir hasta no poder abrir los ojos es una buena receta para empezar de cero. Al despertar, seguro, ya no tendré fuerzas para chillar. Entonces, me habré resignado a dejarla ir, porque yo perdono todo menos los cuernos, y R. lo sabe bien. Que no lo tome como amenaza. Al contrario, es una reafirmación de lo que soy y de lo que siento, así algunos clamen perdón y lo tomen como desliz. Yo sé lo que es un desliz, y lo gozado nada lo quita, así que mejor no contemplar el perdón.


Antes de publicar este post le pasé a R. mi texto. Y ella, como de costumbre, fue letal:

-Yo destrozo tu casa y me voy.

De solo imaginar mis incontables adornos de gatos y gatos rotos y hecho polvo me abrazo a mi almohada y tomo dos decisiones trascendentales, de mujer madura.

  • Portarme como una santa.
  • Controlar mis bajos deseos.

R. me haces falta.


13 de marzo de 2009

Sospechosas en Cuba


Ella y yo arribamos al aeropuerto José Martí de La Habana. Enganchadas de nuestros respectivos dedos meñiques, ella y yo estamos felices. Lo dicen nuestros rostros, la ausencia de peleas, y hasta la extraña serenidad que mostré durante el vuelo.


Llevo semanas de insomnio o de un sueño profundo de apenas tres horas. Necesito liberarme de todo estrés. Y ella también pretende relajarse. Hemos pisado La Habana y todo hace indicar que nada –menos mi mal genio y yo- arruinará la estancia que tanto hemos esperado. Así que somos felices de pensar que lo seremos aún más en los próximos días.


La zona de control migratorio es de un crema pálido y helado. Estoy delante de un uniformado de verde, de ojos verdes y boca carnosa.


Me pide que mire la cámara. Y miro. Como siempre, estas circunstancias me alteran, me hacen sentir terrorista internacional.


Luego pregunta:
-¿Profesión?-. Y yo había recibido la advertencia de decir cualquier cosa menos periodista, pero cómo no sé inventarme profesión dudé y dudé.
Luego dije:
-Comunicadora, Comunicaciones…


El sujeto alzó la mirada, y yo me sentí experta en rastrear comunicaciones del enemigo, especialista en espionaje, ‘chuponeadora’ profesional.

Ella ya había pasado este control. Nos encontramos delante de la faja que lanza las maletas. Me irrita la espera. No soporto mirar maletas que no son mías y que parecen sin dueño, mientras yo aguardo como una boba. No soporto recordar que viajo mucho y mi maleta es prestada. Para no joder a R. decidí mirar a los perros policías. Me parecieron inofensivos. Para no joder a R. comencé a buscar un buen culo cubano, pero solo encontré ejemplares masculinos y, encima, con uniforme.


Observé con calma a los uniformados: eran realmente guapos y rudos. Y en esas estaba cuando el más perfecto de todos me preguntó a qué me dedicaba, por qué estaba en Cuba, cuántas veces había venido, qué estaba ocurriendo en Lima. Respondí amablemente.


Regreso al encuentro de R. Cuando mi nariz detectó el humo de un cigarrillo no dudé en encender el mío. Sí, en Cuba, las indicaciones de NO FUMAR están en todas partes, pero nadie las cumple. La zona de fumadores no existe porque Cuba tiene el aroma del habano y del cigarrillo negro. Así que fumé como para relajarme. Recuerdo haber casi mordido mi cigarro. No quería estar allí. Quería nadar ya mismo.


Las maletas llegaron.

Y con las maletas dos policías de Migraciones.

-Vengan por aquí, ordenaron. Pidieron nuestros pasaportes. Preguntamos si pasaba algo y no hubo respuesta.

Dice R. que yo estaba pálida. Digo yo que R. estaba pálida.

Nos llevaron a la oficina de Migraciones. Yo ingresé primero haciéndome la valiente.

Y entonces una señora oficial me advirtió:
-Le haremos una prueba de explosivos y narcóticos.

R. estaba afuera. Cuando la puerta se cerró me sentí prisionera de guerra.

-Escuchó: Explosivos y narcóticos- reiteró la mujer, ruda y sin alma de cubana. La cara del comandante y de Raúl me miraban desde el fondo.

Pensé:

  • Lo más explosivo que he tocado en los últimos días, meses, y hasta años ha sido el culo de mi chica. Lo más narcótico que he tocado ha sido este pucho de mierda que nunca debí encender.

Extendí las manos. Las manos me sudaban. Un negro inmenso que parecía esculpido en piedra pasó un algodón o algo parecido sobre mis manos. Lo pasó dos veces. El sudor caía de mis manos. Lo mismo hicieron con mi maleta que por suerte no sudaba.

Al rato me hicieron salir. Luego entró mi novia, más firme que yo, pero pálida.

Yo sudaba más y más.

Ella abandonó la sala al poco tiempo.

-Bienvenidos a Cuba-dijo el atractivo y desmarcado oficial. No parecía anfitrión.


Las dos salimos desvanecidas del aeropuerto. Habían pasado 45 minutos. Yo murmuraba varios hijos de puta, mientras mi chica intentaba reconstruir mis torpes movimientos, miradas y absurdas reacciones, siempre de sospechosa, de terrorista internacional.

¿Por qué nos eligieron a nosotras dos, tan dulces, tan enamoradas, tan simples entre tanto gringo en el lugar?

-Un chico gay estaba en el cuarto de al lado. Le hicieron la misma prueba-dijo R.

-Sería demasiado pensar que nuestros dedos meñiques nos hubieran delatado, y si así fuera me parece de lo más absurdo, pues muchísimos gays y lesbianas arriban por estos lares. No ignoro la represión contra los homosexuales en Cuba, pero hay una mayor apertura. Hay pequeños y significativos avances. Sin embargo...el camino por la tolerancia es largo y espinoso

Quedaban dos opciones para explicar nuestra calidad de sospechosa:


-El azar, mi amor. Yo soy piña.

Y la otra:

-Mi estúpida y nerviosa declaración sobre mi profesión.

Llegamos al hotel, tomamos varias cervezas y mojitos, caminamos por la playa de Varadero, y cuando la luna ya nos iluminaba la cara nos fuimos a la cama.


Me abracé a su cuerpo pequeño, me abracé muy fuerte y luego me dormí, segura y confiada.

Cuba es un país maravilloso, donde cualquiera es sospechoso. Y eso jode, pero en sus calles y en sus gentes hay una belleza que conmueve y enamora.


Ella y yo no olvidaremos el mensaje de bienvenida que nos dejó en la cama matrimonial la camarera. No sé si ella nos adivinó lesbianas y pareja, pero armó con las sábanas unos curiosos corazones para desarmar como luego desarmamos.

8 de marzo de 2009

No es un manifiesto, pero se parece



De pronto, algunas personas esperan demasiado de mí. Y me siento feliz, abrumada de tantas miradas de aprecio frente a lo que consideran un acto de valentía (ser lesbiana y admitirlo parece valentía cuando la presunta mayoría está en el clóset), y al mismo tiempo comprometida, pero perturbada, sí, muy perturbada.

Sospecho que much@s esperan que diga o haga lo que ell@s ni dicen ni hacen. Quieren que sea lo que no soy, y yo que no milito más que en el Club de Fan de Vodka, mi gata, me veo obligada a aclarar que no soy predicadora a favor de la causa de las minorías sexuales, no soy activista (apenas activa, y a veces), no elaboro tesis y no estoy de acuerdo con todo lo que quizás debería estar de acuerdo, pero quizás por desconocimiento, por aburrimiento o porque odio presentir que cierta gente no lucha por un ideal sino por un protagonismo.

El abuso y el atropello contra un gay, lesbiana, trans o heterosexual me indignan. Mi rabia e indignacón no están marcada por mi gusto por las mujeres. Yo me indigno cada vez que se perpetra un acto de injusticia contra el ser humano (y contra los animales siempre) y no únicamente cuando los o las afectados (as) tienen el carné de mi club de amigos.

No soy activista porque el tiempo no me da para el debate. Y si debo estar tres horas en reunión para escribir un manifiesto que comience diciendo: “Estoy en contra de la discriminación sexual"... mejor me quedo en mi casa, y espero que me pasen el documento para firmarlo y aplaudirlo. Alzo la voz cuando debo de hacerlo, y aunque muchas veces me equivoco no quiero perder la capacidad de responder por mis actos, y mis palabras.

No elaboro tesis porque el tiempo no me lo permite. Veo con sorpresa que la palabra tesis es sinónimo de comentario o apreciación. Yo hago un comentario del tipo: “Fui una lesbiana con Caterpillar y camisa a cuadros, pero ahora estoy sin botas y con saquito, porque en la variedad está el gusto”, y alguien sostiene que esa es una tesis. No es una tesis. Es algo que viví.

Yo pienso que las mujeres pobres, pobrísimas, que no tienen para el pan de sus hijos, que son agredidas por el marido ebrio, que trabajan de 6 de la mañana a 9 de la noche tienen una vida sexual más triste y desolada, porque el cuerpo se les anula en el dolor y la injusticia. Yo pienso eso. Y ello no es una tesis. Es mi mirada. Y ojalá alguien me explique y me demuestre que una mujer así de triste puede pensar en su clítoris. ¿Puede? La pobreza se mete en la cama, y esa no es una tesis, es una realidad que caminando por las calles más pobres de Lima puedes tocar con los dedos.

Debo estar de acuerdo con el matrimonio gay, con la adopción, con las muestras afectivas de gays y lesbianas en espacios públicos. Y debo aplaudir en todas las marchas. Admito que estoy de acuerdo en mucho, y en nada a la vez, pero sobre todo aspiro a la visibilidad, para comenzar. Somos lo que somos y no debemos escondernos. Y mi pequeña lucha se resume al lema de Marga: apostando a combatir la homofobia desde la visibilidad.

¿Un niño debe tener dos papás o dos mamás? Yo creo que una pareja debe preguntarse si se encuentra realmente preparada para ello. Una pareja que está en el clóset no debe llevar sus miedos y prejuicios a una criatura. Una pareja que se golpea y se humilla no debe pretender que su violencia se comparta con un inocente. Una pareja que considera que un hijo prolongará esa unión debería entender que los hijos no son goma que pega a la gente, que extienden el amor, que postergan la separación. Mirando así las cosas quizás yo no esté preparada. Pero no soy la única. La pareja de amigos heterosexuales del piso de arriba tampoco lo está, y mi amiga y su novio tampoco. Somos más que nuestra orientación sexual.

Sobre los besos, y apapachos, y metidas de mano en parques y calles, pues debo decir que el exhibicionismo de homosexuales y heterosexuales es innecesario. Un beso, una caricia, un apretón de manos son muy diferentes a los refriegues en las esquinas iluminadas, y agrego lo de iluminadas, porque yo sí me he apretado hasta tener sexo en una esquina, pero oscura, bien oscura. Porque mi goce sexual no es espectáculo, pero si ocurre en la calle, prefiero que no haya testigos, aún sabiendo que el riesgo de ser observado es una realidad. Yo también he hecho el amor en un auto frente al mar. Y los serenos me descubrieron y tuvimos que desaparecer. Pero era de madrugada casi, y los únicos guardianes de la noche eran esos uniformados.

Y siguen las preguntas sobre cuántos penes he tenido. Hasta mi novia quiere saber el número exacto. Yo que declaré que me había profesionalizado en vaginas advierto que la cultura de la cifra es una gran mentira. Tengo amigas que han recibido ocho penes y todavía no han encontrado su clítoris. Así que mi intenso y jugoso pasado heterosexual ni lo borro ni lo expongo. Por lo menos, ahora. Relatar mis experiencias heterosexuales no me apasiona, no me calienta, no me pone ni triste. ¿Para qué entonces regresar?

Yo no me entusiasmo con el Día de la Mujer porque los Días de … no me gustan. Ojalá todos los días fueran para luchar porque cese la agresión contra la mujer, y contra el ser humano al margen de lo que se busca debajo de las sábanas cuando cae la noche. Reconozco la lucha histórica de las mujeres, pero también la de los buenos hombres que han estado al lado.

Odio escuchar esto: “Yo descanso el domingo porque soy madre y ese día tengo que abrazar a mi hijo”. ¿Y las solteras no tenemos nada que abrazar el domingo? ¿Y los caballeros no tienen madre que apretar el domingo?

No soy feminista, pero tengo amigas que lo son y no me canso de escucharlas y admirarlas.

No quiero decir lo políticamente correcto para mi grupo (la minoría).

Simplemente pido permiso para seguir siendo yo.

PD: En unas horas partiré con R. a Cuba. Llego a Lima el viernes, dicto mi taller, presento mi libro por segunda vez y vuelo a México.

Foto: “Historias de Amor” (visibilizando el amor homosexual a través de la cultura), muestra que acaba de finalizar en el Centro Cultural de España en Lima. Extraña tonalidad ámbar que no sé explicar y que sigo preguntando a mi iPhone.

1 de marzo de 2009

La noche de No busco novio



Algunas de las fotos de la noche de No busco novio, mi libro, el libro de este blog.


Lo mejor de la noche: mi madre, mis hermanos y Alberto, el marido de mi mamá, en primera fila, emocionados y felices. Entiendo que el esposo de mi madre ha 'secuestrado' mi libro, quiere ser el primero en leerlo. Mi madre y los chicos se pelean el segundo lugar. A Alberto no le digo papá. Lo conocí cuando tenía 15 años, pero siento que lo es, siento que es el papá que nunca tuve cerca. Cuando mi madre se enteró de la orientación sexual de su hija fue Alberto quien le recomendó tomar aire antes de armar un escándalo. Fue Alberto el que abrió las puertas a mis parejas de turno, el que sacó una cerveza para brindar, el que hacía bromas para romper el hielo...

Lo mejor de la noche: la sonrisa de R. El estrés había cedido. Ella estaba en primera fila, más linda que nunca, olvidándose por un momento que estaba en el clóset.


Lo mejor de la noche: encontrar a mis ex alumnos de la San Martín, a mis compañeras de colegio, a mis amigas(os) del Twitter, a los periodistas de Perú.21, a los bloggers, a una chica que llegó de la Selva con un regalo para mí... Me quedé pensando en una señora de 70 años que -con un bastón y ayudada por una enfermera- se me acercó para que le dedicara el libro. Fue un momento que me robó del lugar, y me hizo pensar en quién sería esta mujer, qué historias en común guardamos las dos, qué secretos compartimos.

Lo mejor de la noche: liberarme del estrés, del maquillaje, y hacer el amor, hacer el amor, hacer el amor.


EL VIDEO DE LA NOCHE GRACIAS A El ÚTERO DE MARITA