25 de abril de 2009

Abstinencia


Es frecuente que cuando una chica va al ginecólogo, lo que sigue aparte de pastillas y óvulos es esta frase: “Abstinencia por 15 días”. Me cuenta una amiga que le recomendaron un mes sin sexo, y que entonces decidió mandar al diablo al médico.

Ayer, el ginecólogo me recomendó diez días sin sexo. Llegué a casa, comentando la noticia, entre risas y bromas, con mi bolsita de medicamentos.

Sí, no pasa nada, no es nada grave, nada que a otra mujer no le pase, pero DIEZ DÍAS, diez días pueden ser demasiado cuando una está expuesta al cuerpo desnudo de una chica, cuando una va por la calle y mirando el culo de alguien recuerda que está en ABSTINENCIA, o cuando en You Tube te topas con un video muy cachondo.


Tengo un plan estos días:

Obligar a mi chica a dormir con piyama matapasiones.

Pedirle a mi chica que sea cauta con sus cariños.

Dejar de leer el libro La Habana Babilonia: las confesiones de sus jineteras te ponen.

Ingresar a You Tube para cosas de trabajo, estrictamente de trabajo. (Aunque para mi columna de sexo, a veces, a veces… Bueno, escribiré columnas que no me lleven a You Tube.

Dejar de decir: “Esa chica está buena”.

Ignorar las sesiones de baile de mi vecina, una guapa chica que mi novia considera poco atractiva, hasta que la vecina comienza a bailar con ropa muy pequeña en su habitación, y no corre las cortinas, a riesgo de hacer que se corra medio edificio.

No mirar esos calendarios de chicas desnudas que los hombres siempre tienen en alguna parte, a vista de medio mundo.

No leer ciertos blogs muy calientes.

Pensar en temas serios, vaya que tengo bastantes, pero el cuerpo siempre reacciona, así todo vaya mal.

Pensar que en estos días todas las mujeres han reducido la talla de su brassiere, y ninguna ninguna tiene las tetas que yo suelo soñar, cuando el insomnio se va.

18 de abril de 2009

Fantasías



Mis fantasías (de amor y de sexo) siempre fueron lesbianas. Ahora estoy en condiciones de admitirlo. Es cierto que de niña-adolescente moría por Luis Miguel y los Menudo, pero es más cierto que en mi mente, al cerrar los ojos, tenía a una chica, siempre a una chica, como hace un tiempo comenté a mi madre.

Mi primera fantasía fue de amor. Al menos, yo le llamaba amor. Ella se llamaba Susana y estudiaba en mi colegio. En clases, cuando nos íbamos a su casa para hacer las tareas, y siempre que estábamos juntas, yo me sentía fascinada, locamente fascinada por ella. Podía pasar el día entero a su lado, así me hablara del chico que le gustaba. Nunca me pregunté, en aquellos tiempos, qué me fascinaba de Susana, y tampoco indagué si eso era amor o lo que se le parezca, pues yo tenía novio, y la palabra lesbiana no estaba en mi boca, pero seguro sí en mi cuerpo. Cuando me iba a la cama, luego de rezar con mi mamá, me imaginaba como el Ken con la Barbie. Yo era el Ken y ella la Barbie. Ken besaba a la Barbie, y luego se dormía. Un día Susana se fue de Lima, y nunca más supe de ella.

En la secundaria, mi fantasía -de amor también-, fue una profesora, en verdad una auxiliar de Educación que yo llamaba Miss. Era amiga de mi mamá y tenía los labios más carnosos que había conocido (Angelina Jolie no existía, o si existía, todavía el mundo no lo sabía). Ella fue mi psicóloga de rebelde colegiala, la que intentaba convencer a mi madre de que no se interpusiera entre mi enamorado y yo, que nos dejara disfrutar del noviazgo. Y yo, que siempre me quería fugar de casa, era retenida por ella. Yo moría por ella, pero no lo podía expresar, y tampoco era motivo de reflexiones. Yo solo moría, y mirar sus ojos –verdes verdes, como los de mi gata- me paralizaba. Estaba casada y tenía hijas. Así que su esposo y sus niñas eran tema frecuente. Hablábamos siempre en el patio o a la salida, o a la hora de entrada. El recreo era estar a su lado, contemplarla, y claro, hablarle de mi chico. Cuando me iba a la cama, otra vez, me convertía en Ken, y algunas veces, fui su Barbie. Ahora que lo pienso puedo decir que entonces ya era eso que llaman ‘moderna’, bobas clasificaciones entre activa y pasiva que algunas lesbianas emplean para establecer sus roles.

Resulta que mi profesora un día se marchó del colegio, y yo lloré como si el novio se me hubiera muerto. Mi mamá no sabía el por qué de tanta pena, y hasta la llamó por teléfono para que me consolara. Una vez le dije: "Te quiero mucho, el colegio no es igual sin ti". Y ella respondió "Yo también te quiero, pero no nos lo digamos tanto que vamos a parecer lesbianas". Y soltó una risa, fue solo una frase, sin sentido para ella. Nos seguimos viendo hasta que yo ingresé a la universidad, y terminé con el novio, y me declaré oficialmente lesbiana. Nunca le confesé que me gustaban las chicas, simplemente me alejé de ella, turbada. De cuando en cuando, volvía a mi mente, y yo la besaba, cada vez con más pasión. Ya era lesbiana y sabía hacer el amor con una mujer.

He fantaseado con otras mujeres en la vida, anónimas y famosas. Alejandra Guzmán es la mujer famosa que más se mete en mis fantasías. Digan lo que digan, aparezcan otras y otras mil veces más guapas, así digan que ya está tía, así la critiquen, yo fantaseo con ella, y les aseguro que mis fantasías son muy hot, sí, de peli XXX, a veces.

Solo una vez estuve delante de Alejandra Guzmán, a escasos centímetros de ella. No me refiero a los conciertos: he ido a todos los que ofreció en mi ciudad, y sigo esperando que regrese. Me refiero a estar física y realmente a escasos centímetros de ella. Yo tenía cinco minutos para entrevistarla. No iba a ser una gran entrevista –en cinco minutos no me hubiera dicho nada entre sus risotadas tan ricas y sus delirios-, y no fue una gran entrevista, ni entrevista fue, porque yo me paralicé mirando sus pechos operados, sus ojos, sus piernas, su boca, su bocaza. Y luego la miré subir a una camioneta, y le dije adiós, segura yo de su regreso, en un tiempo que yo fuera más profesional y menos calentona. Tenía veinte y pico. ¿Es este el tiempo? Seguro que sí, pero ella no vuelve, y yo sigo fantaseando.

Hay mujeres que fantasean con tríos. Yo no. Pero sí he fantaseado con ciertas policías de tránsito, en pleno tráfico de mi Lima caótica. He fantaseado con ciertas mujeres que van en traje sastre, muy elegantes y apuradas. He fantaseado con chicas imposibles, y con otras, demasiado posibles. He fantaseado con alguna escritora, mexicana también, a la que sí entrevisté y bien (creo). He fantaseado con alguna jefa hace mil años. Y fantaseo con mi novia, felizmente, todavía y por siempre (espero). Fantaseo.

11 de abril de 2009

Hay días



Hay días en los que te preguntas para qué todo este esfuerzo, esta angustia, esta obsesión por buscar la felicidad, el éxito, la comodidad…el amor.

Hay días en los que confirmas tu imperfección y lo ilusa que puedes ser al creer.

Hay días, como hoy, en los que quisieras dormir y ya no despertarte.

Hay días que se rompen con una sola palabra mal dicha.

Hay días en los que ya te cansaste, y quisieras ser otra, o no haber sido lo que eres para hacer la ruta de manera distinta.

Hay días en los que te preguntas si te asusta quedarte sola en casa, si tienes miedo o si eres capaz de no necesitar a nadie al lado.

Hay días que se rompen con una imagen que no te gustó, y quisieras dormir y ya no despertarte.

Hay días en los que tu cara frente al espejo te da náuseas, porque refleja lo mal que viviste.

Hay días en los que te preguntas por qué tienes la maldita manía de escribir, y encima publicar.

Hay días en los que tu cabeza pesa demasiado, y solo quisieras dormirte y ya no despertarte.

Hay días en los que quizás debas huir, y no mirar atrás.

4 de abril de 2009

Luna de Hiel en Huanchaco


Aquiles, comentarista de este blog, me invitó a escribir en la revista Diatreinta, un increíble esfuerzo editorial de distribución gratuita que acabo de disfrutar en el PDF que gentilmente mandó a mi correo. Es un honor compartir el espacio con reconocidas plumas como Juan Villoro, Alonso Cueto y Antolín Prieto, joven cronista, a quien tuve el placer de tener entre los alumnos de un taller de crónicas que dicté. Pero no son los únicos hay más. La revista es auspiciada por la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Privada del Norte.

Aquí el texto que escribí:

Luna de hiel en Huanchaco

Ella y yo bajamos del bus, un destartalado y gris vehículo que durante el trayecto parecía a punto de detenerse por siempre. Ella ausente, hablando de fútbol, yo pensando en la noche ardiente que debía esperarme. Había planificado las vacaciones con una esperanza: lograr que me amara, que me quisiera más, que se pegara a mí y descubriera que su vida estaba a mi lado. Cinco noches en Huanchaco y dos en Trujillo. Yo llevaba una cámara de fotos, y la pasión hinchada en una mochila. Nos dirigíamos al hotel, habitación frente al mar, cama matrimonial, y demasiadas ganas de mi parte.

Cinco, seis o siete años juntas. Ya no recuerdo cuántos años eran, pero estábamos allí, intentando otra vez. Al menos, eso hacía yo: intentar. Quería que esta vez funcionara, que el mar se pusiera de mi lado, que la arena nos protegiera del mundo, ese mundo que nos había separado desde aquella noche en El Perseo, la discoteca gay-lésbica top de los noventa. La conocí en la pista de baile, un jueves de esos en los que no se paga entrada, una noche de octubre quizás, al lado de un tal Carlos, un gay que sin alcohol podía parecer de lo más macho.

La primera imagen de Huanchaco no es una imagen sino un olor: Huanchaco tiene el aroma de Chorrillos, mi barrio, mi playa, mi refugio. Mi urgencia era hacer el amor, el cuerpo me quemaba, siempre me quemaba al lado de ella. Su urgencia era salir y tomarse unas cervezas, tomarse todas, y buscar un lugar para bailar. Yo estaba harta de las cervezas, de la gente, de la juerga, yo solo quería que lo hiciéramos, que comenzáramos las vacaciones con un buen polvo. Ella, en cambio, quería juerga, como si las interminables noches de desbande en Lima no hubieran sido suficientes.

-Vamos al pub de allá-dijo, señalando un sitio estridente que no permitía ver a la gente, pero sí las luces mezcladas como un arcoíris nocturno.

Y como siempre, ella –la reina de la puta noche- se hizo amiga de todos, brindaba con extraños, abrazaba a la dueña del pub, prometía regresar a la noche siguiente, y se tomaba fotos con desconocidos, mientras yo ahogaba mi garganta de cerveza, mirando a lo lejos una agua negra, el mar de Huanchaco a las 11 de la noche. Su cabellera negra, larga y lacia, era mi perdición, como su silueta imperfecta, su boca de carne ardiendo, y su cicatriz en el pie, hoy no sé si la marca estaba en el derecho o el izquierdo. Sus pechos contenidos me encendían, mi boca recorría sus estrías con placer. Podía reconocerla con los ojos cerrados.
Mis ojos debían mirar otro cuerpo para complacerse. Ningún cuerpo me saciaba, ninguna chica me inspiraba.

Ella bailaba sola. Y otros bailaban al lado de ella. Ella juraba que no los olvidaría, y yo pensaba que la noche se me iba con el deseo intacto.

-Ya es hora de dormir-dije. Y ella no me miró. Las horas transcurrieron pesadas y sin voces nítidas. Amaneció. Cuando el panadero asomó por la calle yo supe que eran las 7 de la mañana, la música languidecía y ella seguía firme, con un vaso de cerveza en la mano.

Luego fuimos al hotel. Devastada busqué su boca, y la encontré cerrada, dormida, seca. Despertó cuando era la hora de la cena. Yo había leído Angelitos Empantanados de Andrés Caicedo, y ya me disponía a leer un libro de Puig cuando rompió su estado de inconsciencia para decir que tenía hambre.

La noche siguiente sería idéntica. El mismo pub con falsas palmeras, ella bailando y yo mirando la mancha oscura que parecía temerosa de tragarme.

-No quiero quedarme aquí hasta al amanecer-dije.

-Estamos de vacaciones-susurró ella, al tiempo de gritar salud como la más puta de la noche.

-Putas vacaciones-maldije.

El panadero me saludó con lástima. Era un tipo regordete, con una cicatriz atravesada en el mentón, la nariz como un pan aplastado. Casi calvo y tan triste como yo.


***

El tercer día de vacaciones fue más dramático.

-Nada de alcohol-ordené.

La playa nos recibió muy temprano, tendimos las toallas rojas y casi ni nos miramos.

Decidí hacer preguntas, sabiendo que la herida sería mortal, acaso definitiva, o el comienzo del desamor, largo proceso que seis años después me obliga a recordar lo que casi he olvidado. Sí, esta historia la escribo seis años después, libre de heridas y de ese amor enfermo. Pero ese es el final, y no quiero adelantarme.

Huanchaco, toallas, arena fina, un cangrejo seco en la orilla. Ella miraba al cielo, yo contemplaba el mar pensando si morir ahogada no sería una buena y romántica idea.

-¿No me amas? Maldita sea, no me amas.

-¿Qué te pasa?-preguntó.

-Me pasa que ya me harté. Las vacaciones son una mierda, tú eres una mierda. ¿Crees que he venido a Huanchaco a emborracharme y a hacer amigos?

-Son vacaciones-, respondió, alcanzándome el bronceador para que se lo unte en la espalda. De un manazo tiré el bronceador a la arena. Hundido el Hawaian Tropic, hundida yo.

-Yo quería que esto fuera una luna de miel, no una mierda.

-Lo que pasa, gordis, es que piensas demasiado. Yo te quiero.

-Pero no me amas-dije.

-No empieces con tu canción de José José, esa del amar y el querer.

-Quiero la verdad, nada más que la verdad.

-Te falta sexo-concluyó, lanzándose encima de mí. Su mano dentro, sus besos en mi cuello, dañándome. Me dejé llevar, permitiendo otra vez que fingiera el deseo. Era una actriz. Una porno star sin muchas ganas de trabajar en mi orgasmo. El suyo, por supuesto, no contaba. Ella no tenía orgasmos, y así iba feliz.

Esa noche fuimos al pub de la palmera falsa. Yo estaba radiante. Definitivamente, me faltaba sexo. Esa noche bailé salsa, y rock duro. Esa noche fui yo también el alma de la fiesta, hice amigos por horas, y hasta conté chistes. Y otra vez el panadero me dio los buenos días. Caminamos abrazadas hasta el hotel, allí volvimos a hacerlo. Yo estaba ebria, pero lúcida. Ella estaba fingiendo otra vez.

-Parece que solo me importa el sexo-murmuré, asfixiada por sus besos.

-Lo sabemos las dos-dijo, y siguió su danza de actriz sobre mi cuerpo.

La cuarta noche nos sorprendió en medio de un desfile de carnaval. Bebíamos en la calle, como las decenas de trujillanos y de turistas que allí celebraba. Era febrero.

Cuando tomábamos fotos a un caballito de totora con dos patas, Laura y Ely nos saludaron. Las chicas nos invitaron a su hotel para beber y bailar. Aceptamos. Laura y Ely parecían muy enamoradas, y las envidié. Yo también tenía buena apariencia, sí, mi dosis de sexo había hecho efecto, como la cocaína en el drogadicto, como la gota de vino en el alcohólico.

Otra vez, ella y sus apariencias haciendo parecer que éramos felices. Yo estaba feliz esa noche, falsamente feliz, pero vacía, liviana, capaz de desplomarme con un par de palabras.

Al salir de la habitación de Laura y Ely, la abracé y la besé con fuerza. Ella quería escapar de mis labios, mientras yo la mordía, diciéndole maldita mentirosa, puta, maldita. El sexo llegó como siempre, apurado, cumplidor, de película porno. Como perras en celo lo hicimos en la calle, en esa calle oscura que nos llevaba al hotel o al pub, o a la mierda. Luego ella vomitó su lástima:

-Ya, tranquila.

Y yo la odié, la desprecié, la miré con odio. Yo tenía amor para dar, ella no tenía nada. Yo era una adicta al sexo, a su sexo, y además la amaba. Ella no era ni adicta al amor ni adicta al sexo. Ella solo quería vivir bien la vida.

La última noche no hablamos. Simplemente, me refugié en mi libro, Boquitas Pintadas de Puig. Ella se la pasó conversando con extraños en el malecón. En la habitación, ella me preguntó si quería hacerlo. Yo respondí que no, no quería nada. Me dormí, y al despertar corrí a la playa, nadé hasta el fondo. Qué me impedía no regresar… Morirme en Huanchaco sería una deslealtad con mi mar, La Herradura, en Chorrillos. Sería una traición personal, ¿y quién cuidaría a mis gatas?

Regresé a la orilla. La miré y sentí náuseas, un dolor en la boca del estómago, calambres en las piernas. No hubo dos noches más en Trujillo. Regresamos a Lima, ella a su casa y yo a la mía, con mis cuatro gatas.

Era el comienzo del fin del deseo. Algo se había roto. Hoy –seis años después- puedo decir que en Huanchaco se rompió el amor. Pero el amor no es una taza de porcelana, no se rompe y ya. El amor se rompe lento, paso a paso, y en el camino te engaña a veces, te hace creer que sigue firme y así hasta que un día te das cuenta de que no queda nada.

El primer paso de esta historia ha sido escribirla. El segundo será regresar a Huanchaco con mi nuevo amor.

1 de abril de 2009

Tengo una amante



Suena el teléfono, mi RPM del diario. Me da flojera responder, estoy fumando. Le entrego el celular a R.

-Hola-saluda alguien.

-Hola-dice R.

-Tengo que contarte una cosa de Esther-advirtió la voz al otro lado del teléfono.

-Dime- dijo R, afinando el oído.

-Soy la amante de Esther.

-Ya, muy bien-respondió R. Y colgó.

-Amor, llamó tu amante.

-¿Y qué dice?-pregunté.

-Que es tu mujer, que vayas a verla, que te ama-dijo R.

-Ah, ¿el sábado vamos a ver el auto?

-Pero tiene que ser automático, ya sabes-afirmó R.

-Con tal que ande, no importa. Total, manejarás tú. Odio a los taxistas. Este señor es una excepción, pero el 90% de taxistas limeños tiene el auto en ruinas, no va a ninguna parte, o es delincuente.

-Exageras-replicó R.

-Bueno, el 50%-admití.

-El 50%.

El taxi siguió su ruta. R. y yo hablábamos de cualquier cosa. Ya en el depa nos sorprendimos las dos. Se llama confianza, y cuesta.
En otro tiempo, con otra persona, yo me habría arrodillado a pedir perdón, diciendo mil veces que fue sin querer.