24 de septiembre de 2009

Tengo derecho a estar mal





La letra de esta canción podría ser boba para muchos, pero a mí me gusta desde hace demasiado tiempo. Lo peor es que encaja perfecta en mi estado de ánimo.

Allí va:

Tengo derecho a estar mal
levantarme y tropezar
a reinventar de nuevo lo que soy
a cometer el mismo error

nunca sabré a dónde voy
olvidaré mi dolor
le apostaré al amor
tengo derecho a estar mal
me volveré a equivocar

tengo derecho a estar mal
pero me voy a aguantar
tengo que liberarme
para poder respirar

tengo derecho a estar mal
tengo derecho a cantar
lo que hay en mi corazón
lo que escribí con mi dolor

tengo derecho a estar mal
déjame sola... llorar
no me importa lo que digan
si la decisión es mía
ya está escrito mi destino
sé que yo encontraré mi camino
puedo ser lo que quiero ser,
puedo equivocarme y no lo negaré
todo está esperando por mí
solo estoy aprendiendo a vivir



PD: A los 34 también se aprende a vivir. En eso estoy.

19 de septiembre de 2009

¿Seré lesbiana?




Alguien se me acercó a plantearme esa pregunta. La verdad es que no sabía la respuesta. Pero ella quería saber, y yo –supuesta experta- tenía que ensayar algo para no defraudarla. Lo primero: no corras, las circunstancias te ayudarán a resolver esa interrogante. Lo segundo: experimenta si te provoca. Lo tercero: no tengas miedo, nadie te va a comer, ¿o sí?

Entiendo que a muchas chicas les pasa esto por la cabeza cuando tienen entre 17 y 20, y una amiga –sí, una sola- se transforma en imprescindible, necesaria y vital. La confusión es natural, sobre todo si sueñas con ella, y si tus sueños son hot. Pero que a los 30 y algo te enfrentes a esa duda debe ser un descalabro.

Me llegó un email de alguien que pronto cumplirá 40 años. Resulta que en los últimos 12 meses viene sintiendo algo que no sabe explicar por una compañera de trabajo. “Es tan bella que me estremece”, me escribió. Dice la señora X que no puede dormir de solo pensar que quizás es lesbiana.

En cualquiera de los dos casos yo creo que dar el paso hacia ese abismo que es el descubrir resulta lo más saludable, así no te mueres pensando que quizás no fuiste lo que siempre quisiste ser, o que algo faltó en tu vida para alcanzar la plenitud. Sí, es un juego peligroso. Para X, casada y con hijos, es un drama, un tema del que ya habló con un psicólogo. X dice que no encontró la salida en la terapia, y sigue con esa angustia.

Todos los viernes, X y su amiga V abandonan la oficina, se dirigen a un bar y toman unos tragos para relajarse. Hablan de cualquier cosa y solo una vez se han acercado más de lo habitual. En aquella ocasión, X reaccionó y dijo: “No soy lesbiana”. Los labios de su amiga se cerraron. X piensa que algo iba a pasar.

La rutina de los viernes sigue... Intacta, urgente, asfixiante. X tiene miedo. V -que también es casada-, debe experimentar lo mismo. "Aunque podría ser que yo soy lesbiana y ella no", especula X.

“¿Cómo dar ese paso sin herir a tu esposo y a tus hijos?”, me pregunta X. Es habitual pensar en no dañar a los que quieres. Digamos que en la vida lo último que debes hacer es herir a los que te han hecho feliz, pero hay ocasiones en las que el destino te impone dar pasos impredecibles para contrastar tus sentimientos, tus deseos, tus pesadillas. Esa es mi regla, aunque yo confieso que el miedo también me domina y paraliza. No obstante, insisto: hay que caer en ciertos abismos para que la muerte no se ría en nuestra cara por todo lo que nunca nos atrevimos a hacer.


10 de septiembre de 2009

Analízame




Ella está sentada en su cómoda silla. Yo estoy mirando mi iPhone, pero la escucho.
Ella pregunta qué espero de una mujer y toma nota.

Me gustaría despertar todas las mañana a su lado. Podemos darnos la espalda a la hora de dormir, pero al abrir los ojos me gustaría contemplarla y decirle: “Qué lindo día” o “Será un día de mierda”.

Me gustaría pasar el café por las mañanas, mientras ella mira si no me olvido nada en la cartera.

Me gustaría que ame profundamente a mis gatas como yo. Y si por cosas de la vida no las ama tanto, por lo menos, me encantaría saber que las acepta y las cuida porque son mi adoración.

Me gustaría que al llegar el fin de semana, ella y yo tengamos muy claro que sábado y domingo son para las dos.

Me gustaría que entienda mi pasión por las cosas que a diario hago, que no las menosprecie, y que me apoye cuando me vea desesperada, en angustia o sin ánimos.

Me gustaría que reviva mi pasión por la cocina.

Me gustaría que sea honesta con sus sentimientos, que no me mienta, que maneje mis iras y me transmita calma.

Me gustaría que proyecte su futuro a mi lado. Que diga NUESTRO futuro.

Me gustaría que entienda que soy un fosforito, que mi rabia dura cinco minutos y luego me mato de la risa.

Me gustaría que considere que las dos somos una fuerza, una pareja, una familia.

Me gustaría que no guarde rencores.

Me gustaría que me contagie de su alegría.

Me gustaría que ordene mis libros.

Me gustaría que me aparte un poco de la computadora, y me acerque a su piel.


-¿Hay algo más que esperas?-pregunta la doctora.

-Todo podría resumirse en la palabra felicidad. Ser feliz no es estar con la sonrisa en la cara todo el tiempo. Ser feliz es encontrar en quien amas tu refugio, tu paz y tu calma.

-¿Sientes que eres feliz?

Ella apunta mi respuesta.

Abandono el consultorio pensando si le mentí o si le dije la verdad. Enciendo un cigarrillo en el taxi, veo las calles sucias de mi ciudad, me lleno de tristeza por lo gris que es todo. Quisiera bajarme del carro y correr. Quisiera dejar de castigarme con preguntas, entrar a un bar como en los viejos tiempos y conversar con un amigo o con una amiga. Me gustaría que ello ocurra al mediodía, en el Juanito de Barranco, por ejemplo. Y luego terminar en Chorrillos, mi barrio, mi sitio, libre de pesadillas, nostalgias, culpas e ilusiones muertas.

Pero al regresar a la realidad me encamino al Centro de Lima, donde el caos me empuja. La vida sigue con su ritmo demoledor, y ya no sé hasta cuándo.