11 de julio de 2007

Este jueves no



Este jueves no

I

Día muerto. Es jueves. El color de Lima por mi ventana solo me entristece más. Le llaman color rata o panza de burro por lo gris, pero yo diría que es el tono lo que entristece: un tono sin brillo, sin luz, opaco. De solo mirar te hundes, te sientes desgraciado, extrañas el verano, añoras lo poco que tenías. Las ilusiones siempre tan frágiles se hacen añicos. (¿Qué haré con mis gatas? ¿Bastará una llamada acaso para que alguien se las lleve y las abrace como yo las abrazaba).
Correré las cortinas y no miraré más por la ventana. Este debe ser el último día de nuestras vidas, mi amor. Espero que no retrocedas, que me sigas, que dejes de inventarte una felicidad que jamás existió. Mátate conmigo. O miénteme, aunque sea en el momento final. Miénteme a última hora. Vomita las pastillas sin que yo me de cuenta. Hazme creer que morirás conmigo, que nos iremos juntas, que no habrá más vida ni para ti ni para mí. Mátate conmigo.

II

-¿Cuándo empezaste a sentir eso que llamas morir de a pocos?–preguntó el psicoanalista, mirando el reloj, como si quisiera escapar de la jaula de los locos. Es un hombre delgado, de ojos saltones, cabello refregado en gel. Los lentes de marco negro le dan cierto aire intelectual. Sus manos se mueven como si tuvieran vida propia y fueran independientes de su cuerpo filoso.
- Cuando descubrí que ella me mentía– respondí, convencida de que yo no era culpable de esta tristeza prolongada y crónica. Me acomodo en la silla, miro el cuello de la camisa del doctor y recuerdo lo mal que ella planchaba mi ropa, y lo bien que planchaba la suya.
-¿Cuándo fue eso?–interrogó–, y de pronto regresé de golpe a mi realidad de canciones arráncame la vida, clávame tus puñales, ya es demasiado tarde princesa, tu amor me hace bien, llama por favor, la copa rota.-Hace diez años o más. Tenía 21 años. Fue amor a primera vista…
-¿Crees en el amor a primera vista– preguntó con evidente ironía. Con sus manos independientes de su cuerpo moviéndose de aquí para allá.
-Creo–, dije, avergonzada.
-¿Y por qué? ¿A ver dime cuál es tu concepto de amor a primera vista?
-Fue como si me hubiera caído de cabeza, como si hubiera estado en coma mucho tiempo… De pronto, despiertas y sientes que el asfalto no es más que una nube planita.
–A ver, dejemos los poemas...–murmuró.
Cuando la vi sentí que ya no tenía que buscar a nadie más. Quería vivir y morir en sus brazos. La amé esa noche, sin siquiera tocarla. Me enamoré sin razón y sin argumentos. De su imagen, de lo que transmitía al caminar, al mirar, al sonreír. Supe que ella sería mi tortura, supe que nada me apartaría de su amor. Me fui a mi casa, convencida que no saldría de mí. Como una bala, como un puñal.
-Y en esos diez años solo estuvo ella en tu vida o tuviste otros amores?
-Tuve muchos amores. Bueno, aventuras, relaciones, ilusiones… Pero ninguna persona causó el impacto que ella causó en mí. Por ninguna mujer he llorado tanto. A nadie he deseado tanto. A nadie he adorado tanto. Fue la luz de mis ojos. A su lado sentía que tenía todo.
-¿Y por qué nunca funcionó?–, preguntó, ahora más interesado.
-Porque nunca me amó. Y lo peor, doc, fue que ni siquiera supo mentirme. Si me hubiera mentido yo no estaría aquí, estaría en mi casa de fantasía, con ella a mi lado, dejándome engreír aunque sea por interés.
-Es su obsesión. ¿Conoce usted la diferencia entre amor y obsesión?
-El amor te debe hacer feliz, porque da confianza, seguridad, paz… La obsesión es una fijación. Te hace infeliz. Te desespera, te mata…
-La obsesión y el amor a veces se parecen…La obsesión se basa en la inseguridad, en un absurdo sentido de pertenencia sobre el ser supuestamente amado. Bueno, por hoy hemos terminado–, dijo.

Es una obsesión, es una obsesión…
Mientras caminaba por la avenida Wilson, escuchando las arengas de las maestros del Sutep me pregunté por qué siempre tenía extremo cuidado al cruzar la pista. ¿Acaso no me quiero matar? ¿Acaso no sería más fácil tirarme contra las combis que tomar pastillas?

III

Mi obsesión tiene rostro, nombre, apellidos, piel, cicatrices. Es una mujer que existe, no es una fantasía. Es casi perfecta. Su único defecto: no me ama. Por eso, hoy, después de tantas noches de insomnio, de tantos días de angustia, debo decidir si matarme, matarla o pedirle que se mate conmigo.
“Ninguna de las anteriores”, dice mi amiga Ana, mientras fuma un cigarrillo mentolado y toma lentamente la cerveza que he puesto en sus manos.
No quiero más diagnósticos. Sé que tengo más de lo que otros tienen para ser feliz, pero –a diferencia de los otros– para mi nada es suficiente si ella no está a mi lado. Extraño su sonrisa, siempre triunfante, como si ganara todas las batallas. Extraño su manera de dormir, su aliento de mañana, su cuerpo tan cerca y siempre tan lejos. Sea como sea, la extraño.
–No quiero más diagnósticos, Ana– imploro. Ana me mira seria, no sabe qué hacer para alegrar mi vida. En unos minutos llegará su pareja al departamento. Entiendo que no podré seguir hablando o murmurando mis cosas. Jenny no tolera mi pesimismo, mis frágiles ganas de vivir, mi obsesión por Alicia, mi dolor. Le basta decir: “Esa es una puta”. Con esa frase da por concluida la conversación. Jenny cuida su estado de ánimo como un gran tesoro. No permite que nada le quite la sensación de estar 100% bien. A veces quisiera ser como ella. Es sagitario igual que yo, nacimos con apenas tres días de diferencia, pero no nos parecemos en nada. Ana ama a Jenny por su alegría infinita, aunque posiblemente falsa. ¿Acaso alguien puede ser feliz las 24 horas del día de los 365 días del año? Pues Jenny dice que ella lo es. No le creo. Pero su falsa alegría se parece tanto a la alegría de verdad que mejor no dudar. No vale la pena malograr sus sueños.
Llega Jenny. Irrumpe en el departamento como un rayo. Su presencia todo lo ilumina. Cierta vez hice el amor con ella, recuerdo sus palabras y su alegría. Yo me sentía tan triste por haber sido infiel a mi amor y a Ana, pero a Jenny nada le lastimaba, ni siquiera haber traicionado a su pareja. Así es Jenny. Podría decir que es la mujer más fría y calculadora del mundo, pero –al mismo tiempo– está llena de detalles que la hacen ver la más tierna del planeta. Esa tarde llegó a mi casa con dos rosas, una para Ana y otra para mí.
Le dio un beso en la boca a Ana, y a mi me abrazó fuertemente, como quien da el pésame. Bueno, en verdad, todos me abrazan como dándome el pésame. Saben que hace mucho estoy de luto. Ana y Jenny se van a bailar. Es ladys night en la discoteca que frecuentan. Me invitan. Yo, por supuesto, no quiero ir. Les ruego que se vayan, es jueves, un día muerto para mí. Fue jueves el día que conocí a Alicia. La conocí en el lugar donde ahora bailarán Ana y Jenny. Les digo que bailarán sobre mi tumba y Ana me mira, como si el corazón se le estuviera rompiendo. Jenny sonríe. “No me molestaría bailar sobre tu tumba”, suelta. Y me desordena el cabello, me acerca a su cuerpo, y me susurra: “No llores hoy”.
Otra vez estoy sola. Mis cuatro gatas duermen acurrucadas. Marco el número de Alicia. Mátate conmigo, le diré. Contesta, contesta, contesta por favor.
-Deje su mensaje, tututu…
La maldigo. Comienzo a llorar. Es jueves. Casi la misma hora de aquel jueves que la conocí. Ella no está aquí. Ni estará más. He tomado una decisión: bailar sobre su tumba.
-A San Borja, señor. Aviación y Las Artes.

IV

¿Qué es ser lesbiana en el Perú? Voy a dar un manifiesto, me sacaré la máscara y diré lo que pienso. Jenny, Ana y dos chicas más se animan a escucharme. Comienzo:
Al común de la gente le gusta el chocolate. Yo lo detesto. No hay más debate. Simplemente no me gusta el chocolate. Soy lesbiana, me gustan las mujeres. ¿Con quién tengo que debatir lo que busca y ansía mi cuerpo? Ni mis padres ni mis hermanos tienen derecho a juzgarme. Y menos mis vecinos, conocidos o circunstanciales transeúntes. Yo acepto que mi mamá detesta a los gatos, porque ella no podría aceptar que detesto los penes de carne (los pene vibradores, bienvenidos). Yo acepto mil cosas de los demás, porque ellos no podrían aceptar mis preferencias.
Ser lesbiana no es nada del otro mundo. La obsesión de ciertos colectivos por hacer ver que las lesbianas son unos seres esenciales y trascendentales en la sociedad civil solo contribuye a crear más homofobia. Por el solo hecho de marchar como diferentes ya nos estamos diferenciando. Por qué no hacemos las cosas más fáciles y caminamos en la misma fila que las mujeres simples y corrientes. Por qué tenemos que reclamar visibilidad y respeto. La visibilidad y el respeto se lo merecen todos los ciudadanos. Basta ya de arengas absurdas. Somos mujeres que amamos mujeres. Eso es todo. No hay necesidad de armar grupos, colectivos, frentes. Basta de demagogia. Parece que quisiéramos una curul. ¿Y qué queremos en realidad? “Un culo”, responde Jenny. “Un culo con corazón”, agrego. Lo mismo que buscan los heterosexuales. Nadie quiere solo un corazón. También quieren buen sexo. Por eso, lo del culo con corazón es sinceramente brillante.
Sin darme cuenta he comenzado a bailar sobre la tumba de mi ex amor. Pareciera que lo he superado ya. Así de golpe. La amé de golpe, la olvidé de golpe. Jenny sabe que estoy mintiendo. Ana sabe que estoy mintiendo.
Lo cierto es que ha pasado otro jueves, y lejos de llorar me he puesto divertida y alegre, como si el cóctel del Dominium y Neuryl 0,5 comenzaran a hacer efecto en mi torturado cuerpo. Quiero morir, pero este jueves no.

1 comentario:

Doris dijo...

que curioso las cosas importantes de mi vida tambien han sucedido en jueves, ahh y tambien soy sagitario aunque no creo en el tarot jeje