28 de diciembre de 2007

Deseos 2008

Deseo que mi novia me ame más que en el año 2007.
Deseo que mi gata y sus tres hermosas hijas ganen un año más de vida.
Deseo dormir más horas, renegar menos, joder menos y pesar menos.
Deseo hacer el amor todos los días del año, hasta ser la excepción a eso que dicen más vale calidad que cantidad.
Deseo despertar sin pesadillas.
Deseo que mis lágrimas se hayan secado al fin.
Deseo recuperar el deseo de ser mamá.
Deseo que mi novia preste más atención a mis pasiones cibernéticas.
Deseo, deseo, deseo...

26 de diciembre de 2007

El hijo de tu ex

Cuando uno termina, sobre todo cuando uno termina mal –como fue mi caso–, dan ganas de matar a la ex y a toda su familia, con todos los recuerdos, buenos y malos¸ con todas las cuentas pendientes, con todas las mascotas, con todas las pequeñas cosas materiales que fueron parte de la relación, desde un reloj hasta un aplastador de papa.
Así es. Cuando uno bota rabia por la boca lo mejor es huir antes de clavar más puñales. Es una tortura despedirse así, pero a veces no hay otra salida, más aun si te vieron cara de cajero automático o de Mamá Noela.
El problema es cuando hay un niño-adolescente en medio del conflicto. ¿Cómo se hace para sacarlo de tu vida, luego de haber jugado juntos, de haber dormido abrazados, de haberse ‘bañado’ en carnavales hasta las últimas consecuencias, de haber cocinado papa rellena a cuatro manos, de celebrar cumpleaños, navidades y fiestas diversas? ¿Cómo te olvidas de ese chiquito lindo que se transformó en hombre delante de tus ojos? ¿Qué haces?
La psicóloga y tus amigas más coherentes te dirán que él nada tiene que ver con ella, pero tú sabes que sí, y te da miedo complicarte la existencia con una visita o una llamada telefónica, porque sabes de sobra como es esa persona que has expectorado de tu vida, pero está el niño y no sabes qué hacer, cómo enfocar tus pasos para no lastimarlo, porque aunque parezca ahora de piedra es un chico con corazón que debe extrañar tus abrazos, tus palabrotas de cariño, tu capacidad para escucharlo siempre.
Te han dicho que le escribas una carta o un email, explicándole el por qué de la distancia. Sabes que él sabe que ya te fuiste y que la relación con su mamá se acabó y, al parecer, acabó muy mal, porque de lo contrario irías a visitarlo o lo llamarías para comer en Burger King. Has escrito un email, y esperas que lo lea, pero el corazón se te hace pedacitos. Sientes que unas palabras atropelladas no son suficientes.


Hola Diego
Quería decirte que siempre te querré. Y así la distancia ahora nos separe yo siempre recordaré las cosas lindas que pasamos juntos, lo mucho que reímos y lo mucho que nos molestábamos los dos.
Por cosas que nada tienen que ver contigo (tú eres un chico lindo y bueno),, hoy estoy lejos de ti, pero no hay día que no piense en lo bonito que fue vivir a tu lado.
Espero BB que te portes bien, que estudies, que salgas adelante, que no vagues y que te cuides siempre. Adora a tus padres, porque ellos te adoran, y sé un buen hermanito, y un buen primo. También un buen amigo, como lo fuiste conmigo.
Espero verte antes de tu cumpleaños, para darte tu regalito. Y espero que entiendas que aun estando lejos te adoro mucho, porque yo soy tu madrastra (ja, ja, ja).
Si ya tienes celular me avisas para así llamarte.
Recuerda por favor todo lo que te quiero y no olvides que siempre tendrás en mi a una persona con la que puedes contar para todo lo que desees.
Besos


Jamás le hablaré mal de su mamá. No le diré lo mierda que fue, porque él no se merece volver a escuchar cosas feas de ella. Ya en su momento, su papá tuvo la imprudencia de hablar por la herida, y dijo demasiado. Él también fue una víctima. Su dolor le impidió razonar. Lo comprendo, pero no lo imitaré. Yo he tratado de no llegar a esos extremos. Y creo que he cumplido. Los hijos nunca tienen la culpa de estos problemas, y es mejor que estén al margen. Lo digo por experiencia. A mí también me pasó.
Conocí a Diego cuando tenía cuatro años. En febrero cumplirá 16. Nos caímos bien y creo que nos llegamos a querer muchísimo, por eso no logro asimilar su ausencia. Yo me sentía su otra mamá y en broma le decía que era su MADRASTRA, lo cual a él le daba mucha risa. Mamá, madrastra o amiga… Lo cierto es que después de tantos años juntos esta es la primera vez que nos separamos de verdad. Y hoy nos toca aceptar que la vida siempre te jode donde más te duele.
Lo que se rompe ya no se puede pegar. Tu mamá y yo ya no estamos juntas ni lo estaremos más, pero yo estaré para abrazarte siempre que lo desees, para escucharte y apoyarte, porque has sido y eres demasiado importante. No sé si iré a buscarte mañana o pasado. Estoy en esa etapa que llaman duelo. Necesito dejar el resentimiento y superar el dolor, pero seguro que algún día habré perdonado a tu mamá y correré a buscarte, con la tranquilidad de no reclamarle nada, de no insultarla, de no pedirle cuentas ni cuestionar el daño que me hizo. Por lo pronto, sabes donde estoy y espero que me busques, que respondas mi email o me llames, como lo hiciste para mi cumpleaños y Navidad.

* * *
El hijo de tu ex puede llegar a ser el amor de tu vida, el hijo que siempre quisiste tener y el hijo que nunca tendrás porque ya lo tuviste y ya lo tienes. Él es un capítulo aparte, nada tiene que ver con la mamá, es un ser humano independiente de los errores de su madre y su corazón es único y también es tuyo.

21 de diciembre de 2007

Mis libros favoritos




Siempre es bueno retomar aquellas lecturas que dejaron huella. Hay libros que te marcan. A mí me pasó con El Túnel y con El Amor en los Tiempos del Cólera. Gabo siempre será Gabo, pero nunca como cuando contó la historia de Florentino Ariza. Y Sábato es una inspiración constante.
American Psycho me deslumbró por el estilo y la crudeza del autor. Y aunque a muchos les parezca intrascendente, yo me declaro fiel de Easton Ellis. Ya reuní en mi biblioteca todos sus libros, y no puedo quejarme. Lo admiraré siempre, por cínimo y mortal.
Faltan aquí muchos otros que siempre adoraré: Truman Capote, Laura Restrepo, Mario Vargas Llosa y Andrés Caicedo, entre otros que aumentaron mi pasión por tener al costado de mi cama a cualquiera de ellos. Los recomendaré siempre, porque me alegraron hasta el delirio y me entristecieron hasta la depresión.

19 de diciembre de 2007

HUMO


Todos los días me dicen que lo deje, que me está matando, que cualquier mañana apareceré muerta.
Pero me pregunto si no es más fácil morir atropellada, en un país donde todos los días dos personas mueren en las pistas por un choque, atropello, volcadura y etc. circunstancias, por culpa del chofer -ebrio, dormido, amargado, estúpido-, del peatón -ebrio, insomne, amargado y estúpido, y de las fallas mecánicas, que siempre serán culpa del chofer, porque sale a la calle sabiendo muy bien que su dirección está en otra dirección, que sus frenos los amarra con su pasador, que sus luces estarán siempre apagadas porque no existen...
Vale la pena seguir fumando.

18 de diciembre de 2007

No se puede

Odio levantarme con el alarido de mi celular que dice: "!Despierta, carajo!". Odio ver que nada ha cambiado a mi alrededor, que mi casa sigue siendo un hostal, sucio y desordenado. Lo único bueno es que mis cuatro gatas siempre están allí, mirándome con sus ojos adormitados y a veces furiosos. No podría seguir despierta sin mi clásico café cargado y sin azúcar. Por suerte, casi nunca falta.
El día transcurre así: lánguido, sin luz, como si uno estuviera dentro de un tubo oscuro y con camisa de fuerza. No puedes gritar, porque todos te escuchan. No puedes llorar, porque haces el ridículo. No puedes reclamar, porque nunca tienes razón. No puedes gastar porque eres una materialista, frívola y despilfarradora. No puedes ahorrar porque eres una tacaña y mezquina. No puedes dejar de decir te amo durante quince minutos porque pensarás que ya no amas. No puedes decir te amo cada minuto porque te dicen que no tienes nada más que decir. No puedes confiar porque te estarán metiendo siempre un cuchillo. No puedes desconfiar porque es imposible vivir con el temor a la traición. No puedes hacer el amor porque dirán que solo piensas en el sexo. No puedes dejar de hacer el amor porque dirán que se acabó el deseo. No puedes vivir con alguien porque estarías atándolo a tu maldita y aburrida vida. No puedes vivir solo porque te mata la soledad y dirán que no sabes estar ni media hora contigo misma.
No puedes pretender que tu novia se vista más bonito porque dirá que se viste mal. No puedes vestirte bonito porque la ropa no te queda nunca jamás. No puedes desear una laptop porque tu PC todavía funciona. No puedes no desear una laptop porque estás en nada. No puedes vivir sin Internet porque el mundo te reclama estar conectado. No puedes vivir con Internet porque eso refleja la dimensión de tu soledad.
Quisieras tomar una Mini Uzi y exterminar todo lo que te hace daño, pero debes sonreír y ser tolerante, porque la tolerancia es una virtud que debes mantener, así no te toleres así mismo.
Quisieras meterte un tiro, pero matarse es un acto de cobardía. ¿Y vivir qué es? ¿Un acto de valentía? Vivir es una rutina, vives porque no puedes matarte, porque la muerte no te encuentra, porque no tienes valor, porque no sabes cómo salir de este mundo de vivos.
Estoy con una camisa de fuerza, como el común de limeños que cada mañana sale con una falsa sonrisa en la cara y luego debe masticar su furia al encontrarse con un sucio taxista que nunca irá a tu destino, porque da vueltas sobre sus cuatro ruedas y no va, no va, no va... Jamás irá porque el hijo de puta es un peruano experto en quejarse, en decir que en este país de mierda no hay trabajo. Lo dice, sobreparado en una esquina, desde donde mira a sus potenciales pasajeros con lástima, porque no va, quisiera ir, pero no va, no va, no va... Pero no hay trabajo. Solo los pitucos, miraflorinos y los apristas tienen trabajo. Pero él no se mueve, porque sus cuatro llantas están ancladas en el asfalto, y el no va, no va, no va... Nunca irá, pero el Perú seguirá siendo un país sin oportunidades laborales.
Así te vas amargando el día. De pronto, te das cuenta que no se puede estar bien, que es hora de tomar un avión y no volver, porque el Perú es una mierda, el Perú no te da la opción de ser feliz. Y ya parezco un sucio y mediocre taxista.

14 de diciembre de 2007

En la calle Sol

Ella iba por la calle Madera y yo por la calle Sol. Nos encontramos. Aproveché la ocasión para pedirle que se apartara de mi vida, que no insistiera más, que me dejara en paz. Pero ella se reía y se burlaba. No creía en mi felicidad, pensaba que era una mentira para tapar mi dolor. Por qué es tan difícil aceptar que todo tiene su final, que no hay pena que dure toda una vida, que tarde o temprano las cosas cansan y un día, de repente, despiertas con una sensación de vacío distinta a otras sensaciones de vacío. Esta vez no presumes que te falta algo, como suele ser el vacío que te deja el desamor. Esta vez el vacío es liberación, es el convencimiento de que ya no necesitas esa cruz para seguir caminando. No hay olvido, porque ya me han dicho que olvidar es padecer amnesia. Nadie olvida. Simplemente hay desprendimiento. Tu mente se aclara y descubres que ya no dependes de su risa, de sus ojos, de sus palabras. Te das cuenta de que puedes vivir en el norte y ella en el sur y no pasa nada, porque a ti simplemente ya no te interesa. Le deseas buena suerte porque no eres una hija de puta, pese a todo lo que te ha hecho. Pero no deseas que vuelva a tu lado, porque tu corazón, al fin, tiene dueño.
Se lo dije así intentando que me entendiera, que siguiera su ruta asesinando otros corazones, que me dejara, que no vuelva más, que busque otras víctimas. Conmigo ya había sido demasiado.
No lloró. Los villanos nunca lloran. Los héroes sí lloran y yo lloré de lástima, pero la calle Sol me iluminó y recuperé la alegría.
Daría la vuelta y me marcharía. Qué más se puede hacer. Cuál es el límite de tu paciencia. Cuando di la vuelta sentí un dolor profundo en la espalda, algo caliente se iba esparciendo en mi cuerpo. Alcé la mirada con la poca fuerza que me quedaba y entonces me di cuenta de que una bala, acaso dos, me había atravesado. Ella dio la vuelta. Mientras yo comenzaba a morir.
En segundos pensé que tardé demasiado en sacarla de mi vida. Y cuando lo hice fue tarde. Ahora no tendría opción de disfrutar de mi nuevo gran amor.

12 de diciembre de 2007

Mi luz sin Sandra

Pido permiso para insultarla. Disculpe señorita, pero quiero que me explique quién la hizo tan descarada, quién le enseñó a besar sin amor, quién –maldita sea- le aconsejó burlarse de las mujeres como yo. Por qué se empeña en hacer infeliz a quienes la amamos, porque yo no soy la única y eso no me lo va a negar. Qué he hecho yo para merecer esto, diría una chica Almodóvar, con ese tono de lista y quizás un poco boba.
Dígame, por Dios, por qué se burló tantos años de mí, porque me fue cada noche más infiel que la anterior, por qué durmió sin dormir a mi lado, por qué decía te quiero cuando debía decir te amo, por qué me exprimió como un limón para luego tirarme a la basura.
Pido permiso para sacarla de mi vida, para matarla, para hacerla pedacitos y comérmela con mayonesa light. Porque usted fue mi obsesión y me la tragaré todita hasta olvidarla.
Habla Sandra, por qué fuiste tan mala conmigo, por qué nunca quisiste jugar bien en esta historia, por qué te burlaste de mis sentimientos.
Sandra no quiere hablar. Y yo he terminado mi monólogo bañada en lágrimas. Ella está y no está, como siempre. Presente y ausente, visible e invisible, compasiva y despiadada. Dice Sandra que yo lo sabía todo y que nunca me engañó. Su honestidad fue y es brutal.
La escena transcurre en un hotel llamado Hollywood, en la habitación Nicole Kidman, donde hay un jacuzzi rosado y una silla sexual de cuero, donde otras –no nosotras- ensayan alguna pose delirante. Hasta allí hemos llegado para poner fin a este amor desgraciado entre dos mujeres que nunca fueron nada.
Mi monólogo concluye cuando la veo peinarse, asomar a la puerta y decir adiós con esa sonrisa suya tan falsa que siempre te refriega en la cara un ‘lo sabías baby’.
Me quedo allí, repasando la película de mi vida, en una habitación de paredes turquesas adornadas con cuadros de estrellas hollywoodenses de los noventa. Huele a desinfectante y a sexo pasado. El baño está con la luz encendida. Hay una botella de vodka en la mesita de noche. El reloj se detuvo a las nueve de la noche, pero deben ser las diez de la mañana. En dos horas tendré que dejar el hotel, regresaré a mi casa, abrazaré a mi gata y dormiré hasta que Luz me despierte.
Me declaro culpable de haberla amado, pero ya es demasiado tarde para lamentos. Sé que todas las mujeres no son iguales, el problema es que yo me topé con la capitana del ejército de las peores y lo debo pagar
Conocí a Sandra en una calle muerta del Centro de Lima. Lima puede ser la ciudad más ingrata del mundo si no naciste en uno de sus 42 distritos. Yo no era de Lima, yo había llegado de un pueblo muy triste llamado San Juan, en el norte. No aparece en el mapa y si no fuera porque conservo fotos de mis padres y de mis abuelos en ese lugar casi juraría que el pueblo jamás existió. Lima me trató como a cualquier provinciano. Lima me agarró a cachetadas, me lanzó escupitajos y me hizo caer muchas veces. Hoy mismo, mientras doy vueltas por esta habitación, siento que la ciudad se está vengando por el poco amor que le tuve, por no admirar su belleza prestada de la colonia, por no contemplar con cariño sus callecitas estrechas, por no sentirme limeña, por sentir que jamás sería de aquí.
Lima es mujer. Y Sandra, para mí, es Lima. Ella resume todo lo que esta ciudad maldita es: un poco puta y un poco santa, caótica hasta el dolor, indiferente y cruel, falsa, engaña muchachas (os), teatrera, traicionera.
Yo no quisiera vivir en Lima sino en una de las playas de San Juan, donde las mujeres no se enamoran, pero tampoco te enamoran. Yo nunca debí haber salido de allí, pero decían mis padres que solo en Lima saldría adelante. Tuve entonces el presentimiento nítido de que aquí solo encontraría la muerte. Y así fue. Lima ha sido mi muerte y será mi tumba. No hay opción a resucitar.
Sandra se acercó a mí y me hizo la conversa, mientras yo devoraba un cartel de empleos mal pagados en una plaza del Rímac. Me dijo que todos esos trabajos eran muy malos, que solo te explotaban, que mejor había que arreglárselas sola. Cuando busqué el rostro de esa voz dulce que casi me susurraba al oído el mejor consejo del mundo mis ojos se quedaron prendados de su sobria belleza. Era una muchacha de cabellos lacios y marrones, carita ovalada y ojos negros. Tenía un lunar en el pómulo derecho. Era delgada, pero su jeans marcaba formas cómodas. Me enamoré de solo mirarla. Ella lo supo al instante. Me invitó a tomar una cerveza. Eran las doce del día. Yo le propuse un ceviche también. Y así empezó esta historia. Luego de las cervezas y el ceviche terminamos en un hostal. Yo jamás había estado con una mujer, pero siempre lo había deseado, porque siempre sentí que no me gustaban los chicos.
Sandra me devoró en media hora. Luego se fue a la ducha, se bañó y se fue. Yo quedé tendida en la cama, pensando qué sería de mí después de ella. Le había dado mi teléfono, pero ella no me había dado el suyo. Solo tendría que esperar. La quería. La quería ya.
Pasaron semanas, tres semanas, antes de que marcara mi número y me citara en un café del centro. Allí estaba: en una mesa, tomando una cerveza negra y fumando un cigarrillo rojo. Yo llegué con una rosa, que luego hice pedazos porque ella dijo que las cursilerías no iban con su gusto. Me había citado para invitarme a una fiesta. Tenía como humo en los ojos. Yo quería llorar. Sabía que esa fiesta sería el principio del fin.
Le dije que solo había pensado en lo de esa tarde, que estaba enamorada, que quería ser su novia. Sandra soltó una carcajada, como diciendo ‘pobre provincianita’. Le hablé de mi pueblo, le ofrecí conocer las playas de San Juan y la invité a cenar en lugar de ir a esa fiesta. Sandra dijo que no, que jamás plantaría a sus amigas, que tiempo para otras cenas sobraría, que no piense que la vida se termina ya.
En la fiesta ella bailaba sola, pero luego una corte de chicas la rodeó. Ella las besaba y las mordía con descaro, mientras yo la miraba embobada. Sandra no era mía ni lo sería nunca. Tenía 25 años y, según me dijo, era secretaria desempleada. Hablaba inglés y francés. Su sueño era trabajar y vivir, sobre todo vivir, en París. Mientras yo la contemplaba, una chica se me acercó y dijo: “No te enamores”. La miré y sin saber si debía preguntar algo más sentí que iba a llorar.
-Búscate otra, que no tenga pasado, que no tenga historia. Alguien como yo-, dijo. Y sonrío. Se llamaba Luz y era mucho más guapa que Sandra. Sin embargo, ya estaba escrito, Sandra sería mi ruina.
La noche transcurrió con Luz a mi lado y Sandra a varios metros, bailando con todas menos conmigo. Luz me propuso salir a pasear. Salí y en el camino fue sorprendida con un beso húmedo. Me sentía infiel y sucia, le dije que no podía, que Sandra y yo teníamos algo y que debía respetarlo. Luz me miró con lástima. Vamos a dormir juntas, dijo. Volví a la casa de la fiesta. Sandra estaba tumbada en un sofá, tocando las tetas de una tipa. Vamos, le dije a Luz.
El amor con Luz fue diferente. Luz se entregaba en el sexo, me tocaba y se dejaba tocar, me besaba y me pedía que no la dejara de besar. No me iba a enamorar, no sé por qué, pero no iba a pasar y se lo dije. Luz me abrazó y se durmió. Por la mañana, la pasamos en la cama, hablando de nuestras cosas, de su pueblo, Santa Catalina, y del mío. Le prometí llevarla y ella prometió llevarme. Me dibujó con un lapicero de tinta líquida un corazoncito rojo en el pecho. Me lo sopló para que secara y me pidió que pasara otra noche a su lado, que no me vaya. Le pedí que saliéramos a almorzar y que me acompañara a mi casa, pues debía darle de comer a Vodka, mi gata. Entonces, nos quedamos en tu casa, dijo. Acepté. Y al poco rato estábamos en mi casa, acurrucadas en la cama, yo hablándole de Sandra, mientras ella hablaba de ella, de lo que soñaba, de lo que quería, de lo mucho que la gustaba la música, y de lo bien que se sentí a mi lado. Yo me sentía bien, pero quería ver a Sandra.
Hay mujeres que te marcan para siempre por su indiferencia o por su amor. Sandra me marcó con su indiferencia y Luz con su amor. Ahora que no tengo a ninguna de las dos me pregunto cómo fui tan ciega.
Pasé tres años entre Sandra y Luz, rogándole a Sandra que me amara, y pidiéndole a Luz que me dejara. Al final siempre terminaba llorando en brazos de Luz.
Cuando decidí acabar con Sandra, harta de sufrir, abrumada por una depresión que casi me lleva al suicidio, Luz ya se había matado. Al verla muerta, sobre el pavimento de una avenida de Miraflores, donde terminan todos los desenamorados comprendí que estaba yendo muy lejos con ese amor enfermizo. Recuerdo muy bien el día de su muerte. Ella me llamó al celular, yo no contesté porque estaba haciendo el amor (bueno, sexo) por última vez (eso prometí) con Sandra. Dejó un mensaje: “Amor, solo quería decirte que no sirvo para nada, que no sirvo para ti, que pese a mis esfuerzos no supe ganarme tu cariño y tu pasión. Te dejo y me voy. Recuerda que yo fui la primera y la única que te pintó un corazón en tu pecho. Te amo”.
En ese instante me puse de pie y me cambié. Tomé un taxi y fui hasta ese puente de Miraflores, desde donde siempre planeamos matarnos. Allí estaba. Boca abajo, rodeada de tres policías y un sereno. En sus manos tenía una estampita de San Antonio. Lloré sobre su cuerpo, la besé y caí desmayada.
No podía aceptar que Luz ya no estaba, que ya no cantaría para mí, que no me dibujaría corazoncitos, que no me diría te amo, que no me llamaría diez veces al día para preguntarme si quería seguir viviendo y si ya la amaba.
Meses después Sandra me llamó. Me citó en el Hollywood. Ese día no hicimos el amor. Ese día hablé yo.
Luz me dejó un vacío irremplazable. Luz se había convertido en mi amor sin que yo me diera cuenta. Y ahora Luz no estaba. Y Sandra no me inspiraba más que rabia. Mil veces me dijo que ya estaba cerca el día en el que me amaría y que sería solo para mí, que ahora no podía dejar a esas mujeres, que vayamos despacio, que tiempo nos sobraba. Esa puta promesa me mantuvo a su lado, esperanzada en una mentira.
Ahora Luz no está. Ahora yo dibujo corazoncitos rojos en mi cuerpo, cierro los ojos y la extraño. Doy vueltas por el puente Videna y me pregunto si debo seguirla. No tengo valor para matarme. No puedo seguirte amor. Odio mi cobardía. No la puedo seguir como tampoco pude amarla, amándola, en esa vida que me regaló.

5 de diciembre de 2007

Fielicidad

Cuando a las mujeres lesbianas les preguntan si son fieles, algunas responden:
-Claro, por supuesto, definitivamente.

Yo no sé si mienten. Tuve épocas en las que fui demasiado infiel para soportarme. Lo peor (y quizás por ello me vaya al infierno) es que no conocía el remordimiento o cargo de conciencia. Mis amigas-confidentes me preguntaban: ¿Y cómo haces para no sentirte culpable? No lo sé. El infiel o la infiel, como mejor quieran, siempre encuentran excusas para que le disculpen su deslealtad. Yo encontraba todas las excusas: me trata mal, no me hace el amor, es una renegona, creo que no le importo, en la cama somos un desastre, somos amigas o hermanas...
Me he arrepentido hasta el llanto de todos los cuernos que puse. Mal que bien nadie se merece una mentira. Ahora lo sé, bastante tarde por cierto, y ya lo pagué.
He pedido disculpas públicas a una de mis víctimas. Creo que me ha perdonado. Tarde, como siempre, me di cuenta todo lo que la había llegado a querer. Hoy solo deseo que no se tope con alguna Esther, versión década del 90.
También pedí perdón a otra personita que llenó mi vida, y con la que quizás pude haber permanecido eternamente a su lado, porque amor nos sobraba. Era un amor distinto, pero era amor. Hoy, ella, es una de mis mejores amigas. Nunca dejaré de decirle cuánto la quiero.
Saber que algunas mujeres importantes me perdonaron me ayuda a sentirme, cada día, una mejor persona.
A nadie le diré que sea fiel. La experiencia y el tiempo te ayudan a entender por qué es mejor romper antes que traicionar. Yo no soy consejera, psicóloga, sexóloga o cualquier cosa semejante. Yo solo soy una mujer, lesbiana, periodista y tremendamente ociosa.
He prometido ser fiel y sé que cumpliré.
Cuando me pregunten si soy fiel responderé:
-Claro, por supuesto, definitivamente..
Si antes respondía así por no quedar en evidencia hoy lo hago con todo el corazón, porque me da la gana, porque me siento bien en este estado de lealtad total.

¡Aléjense de mí tentaciones! No tengo ganas de compartir mi amor. Miro chicas, pero solo con la mía quiero dormir, amanecer y roncar. Admiro un cuerpo bonito adornado con dos pechos redondos, pero me quedo con los de mi chica: porque son míos y caben en mis manos. Puedo soñar con alguna hermosura, pero al despertar tengo a mi lado a quien me ama y a quien amo. Puedo mil cosas, pero solo quiero seguir a su lado, porque con ella me aproximo cada vez más a eso que llaman felicidad o fielicidad.

4 de diciembre de 2007

A los 33

En unas horas cumpliré 33 años. Dice el doctor Maestre que cada vez que uno cumple años una serie de sentimientos adversos confluyen, lo cual genera depresión y hasta brotes de enfermedad. El miedo es tremendo. Te preguntas si lo que has hecho hasta hoy ha estado bien o mal, si has logrado tus metas, si has llorado lo suficiente ya, si tu relación perdurará otro cumpleaños, si tu gata adorada seguirá contigo hasta los 34... Es cierto lo que dice Maestre. Un aluvión de preguntas cae sobre tí. No sales bien parada. Al contrario: al hacer el balance te das cuenta de que estás a mitad del camino, quizás no has hecho lo suficiente para sonreír.
Quizás eres mejor persona, pero falta mucho para ser la adorada mujer que necesita tu pareja.
Yo lo único que quiero es ser feliz. Feliz en mis frivolidades y en mi lado más profundo. Quiero tener carteras Louis Vuitton en mi clóset y quiero que mi pareja duerma todas las noches a mi lado. Quiero hacer el amor todos los días y quiero escribir mi libro. Quiero ir de vacaciones a México y quiero estudiar una maestría. Quiero comprarme una casa y quiero imaginar que algún día me animaré a ser mamá.
Nunca calculé cómo sería mi vida a los 33. No esperaba nada mejor tampoco. Me veía siempre en un bar. Hoy no gusto tanto de los bares como antes. Hoy solo quiero una copa, buena música y velitas encendidas.
Quiero pintarme las canas y disimular los rollos, pero quiero también tener tiempo para caminar y para pensar que los 34 no me sorprenderán con otro fracaso encima.
33 es una edad clave: no eres ni tan joven ni tan vieja. Estás en el punto medio, donde las decisiones deben ser equilibradas. No puedes seguir fallando tantas veces. No vale equivocarse tantas veces. Ya basta de meter la pata.
Hay algo más que deseo, y no sé que es, pero a veces cuando sueño lo tengo claro. Al despertar lo olvido. No sé de qué se trata. Quizás necesite ser mamá, quizás debería animarme a tomarme un año sabático como mi parejita pretende, quizás tantas cosas. Quizás tendría que dejar de escuchar a Calamaro, Sabina y Chavela. Yo no sé qué pasa en ese sueño. No lo sé. Solo sé que en unas horas tendré 33 años y algo parecido a la felicidad da vueltas a mi alrededor.

1 de diciembre de 2007

Comunidad gay: restauremos a Perry


Siempre pensé que el matrimonio gay o lésbico o trans o lo que quieran inventar era una bobada, un pretexto para una juerga a morir. Y como yo no necesito pretextos para emborracharme nunca me hice problemas por el asunto. En algún momento me ilusionó la idea de recibir regalos de recién casados y partir de luna de miel, pero luego me dio flojera preparar la casa para la ocasión. Además, mi entonces pareja -creo- no tenía el propósito de formalizar nada. ¿Para qué? Si le iba tan bien de aventurera. Lo cierto es que pasé del tema, como he pasado de otros.En algún momento hace tres o cuatros años, cuando comencé a temer a la muerte, me pregunté qué pasaría con mi modestia herencia si me muero. Pese a que no merecía ni un calzón mío yo estaba convencida de que era a ella a quien correspondía todos mis bienes, incluyendo mis cuatro hermosas y sensuales gatitas. Sabía de sobra que mis calzones y mis gatas serían lo último que mi mamá se llevaría de esa casa donde vivíamos, pero quería dejar todo en orden, para cuando la combi me aplastara o para cuando la pena me empujara de cualquier balcón. El tiempo pasó y no hice nada: ni herencia ni nada. Cambié de pareja (gracias a Dios!) y otra vez me pregunto qué pasaría.En estos días, en el Congreso, se ha vuelto a tocar el asunto. He visto a la congresista Sacieta defendiendo el amor gay con un corazón tan grande que hasta me parece bastante sensual la señora ley. Yo quisiera que ella me divorcie, por lo menos. No quiero creer que es una figuretti, quiero pensar que le interesa las causas de las minorías. Quiero ser bien pensada. Anoche, mientras me aburría en el diario sin grandes noticias ante un día muerto, llegó un correo electrónico que me paralizó: Los homosexuales se restauran. Quién era el autor de esa maravilla. ¿Acaso los cirujanos Otto Cedrón o Morillas? Yo necesito borrar mis patas de gallo y una liposucción urgente. Abrí el correo en lugar de eliminarlo.El autor era un tal David Perry, congresista de la República y pastor evangélico. Nunca en mi vida lo había escuchado. Qué tal Perry. (Eso es apellido o chapa, o nombre de batalla como Conchita o Malú, o nick como Oso insaciable) Decía Perry que la homosexualidad no es una opción sexual sino una desviación de la personalidad que puede ser RESTAURADA con ayuda psicológica y espiritual. Perry jura que ha 'convertido' a muchos homosexuales a heterosexuales. He conocido pastores y pastorcitos como Perry, pero ninguno era congresista. Como a Perry nadie me lo ha presentado he buscado en su hoja de vida y he descubierto que se llama Juan David, que su correo electrónico es oportunidad12@hotmail.com, que cumplió años el último jueves, que nació en Huaraz, y que en su experiencia laboral figuran cargos en iglesias evangélicas muy respetadas seguro. Perry es autor de un libro que jamás he visto y que se llama: ¿Por que nos quitaron la vida? Este Perry tiene cara de buen tipo, en su galería fotográfica se presenta como un hombre que trabaja por los peruanos más pobres, esos que necesitan restaurar urgentemente su casa y su presupuesto. No lo he visto al lado de ningún gay restaurado y lo invito cordialmente a que me presente su obra de arte.
Quiero pruebas y si las tiene me pongo en sus manos con los ojos cerrados.Yo no me quiero casar ni salir a marchar. Yo creo que necesitamos una ley que garantice los derechos de las parejas homosexuales. No el derecho a abrazarse o apretarse, pues para eso no necesitamos ley. Lo que necesitamos es una ley que nos permita incluir a nuestra pareja en Essalud o en la EPS que hayamos escogido, una ley que nos facilite el acceso a una casa de MI VIVIENDA como sociedad conyugal, una norma sencilla que facilite la herencia, una disposición que no excluya a nuestro compañero.
Monseñor Luis Bambarén ha pedido archivar la propuesta legislativa que permitiría el matrimonio de homosexuales porque va en contra de la Constitución y el "mandato de Dios". Ha dicho que la Iglesia respeta la existencia de homosexuales, y que incluso los acoge, pero MATRIMONIO no, porque va en contra del plan de Dios. ¿Cuál será el plan de Dios?La opinión de la Iglesia ya la conocíamos. Ya sabemos que el plan de Dios, de acuerdo con los bambarenes, no nos incluye en su cielo. Pero bueno a estos señores con sotanas no les pagamos para que hagan leyes. Al tal Perry sí. Por eso, considero pertinente que busquemos a este señor para que nos restaure.Vamos, don Perry, yo me apunto. Quiero transformarme, quiero ser una mujer decente, quiero ser una mujer de bien y si se puede enamorarme de usted. Seguro que juntitos, restauraditos los dos, seremos una pareja ejemplar, sin cachos, sin mentiras, sin nada oscuro debajo de nuestras sábanas.
Usted que debe ser un gran señor merece a una señorita como yo, que pese a la mala vida, está dispuesta a restaurarse.Vamos, la homosexualidad tiene cura. Los que no tienen cura son algunos de nuestros congresistas. Lo espero Perry.